Por.: Yoaldo Hernández Perera
Gaspar Polanco Borbón surge como una figura central en la historia dominicana, simbolizando tanto la lucha por la soberanía como las complejidades del liderazgo en tiempos de conflicto. Su gloria se forja, esencialmente, en el contexto de la Guerra de la Restauración, donde se destacó como un estratega audaz y un defensor valiente de la restauración de nuestra independencia. Sin embargo, su legado también está marcado por la sombra de decisiones controvertidas, como la orden de eliminar a Pepillo Salcedo, una acción que, aunque contó con el respaldo de muchos restauradores (porque Pepillo mostraba simpatía por Báez[1]), ha suscitado debates sobre la ética en la guerra y el costo de la libertad. Así, Polanco se presenta como un héroe nacional cuya vida y acciones invitan a una reflexión profunda sobre la dualidad del ser humano en la búsqueda de un ideal.
Este valiente defensor de la soberanía nacional nació en Monte Cristi en 1816 y falleció en La Vega en 1867. Con el rango de general, en agosto de 1863, se convirtió en comandante y jefe de la Guerra Restauradora, un período en el que su excepcional ingenio y capacidad estratégica brillaron con luz propia. “La primera espada”, así se le ha llamado a este héroe nacional, subrayando su singularidad como el único general de la antigua República. Su vida y obra son testimonio de la lucha por la libertad y la soberanía, un eco de la voluntad colectiva de un pueblo que anhelaba la restauración de su identidad.
El consabido notable general de la Guerra de la Restauración es originario del seno de una familia acomodada; su padre, Valentín Polanco, era un próspero ganadero de Santiago de los Caballeros, propietario de extensos hatos de ganado y plantaciones de tabaco, establecido en Monte Cristi. Su madre, Martina de Borbón, también provenía de un linaje notable. A pesar de su origen burgués, Polanco Borbón no recibió educación formal en su infancia y no sabía leer ni escribir, aunque era capaz de firmar su nombre.
Su hermano mayor, Juan Antonio Polanco, también desempeñó un papel destacado como general de brigada en la Guerra de la Restauración y fue uno de sus principales organizadores. Rita Polanco Borbón, su hermana, se casó con Federico de Jesús García, otro notable restaurador. Además, su sobrina Ana, hija de Juan Antonio, contrajo matrimonio con Pedro Antonio Pimentel, quien se convirtió en el noveno presidente de la República Dominicana.
Según las investigaciones de los historiadores, a partir de los registros civiles, este destacado líder militar y político dominicano se unió en nupcias con María Ortega, en Santiago de los Caballeros, y posteriormente se establecieron en Cañeo, Esperanza, en la provincia de Valverde, donde criaron a sus cuatro hijos: Tomás, Francisco, Manuel y José Mauricio. Los hijos se dedicaron a las labores agropecuarias en las tierras familiares en Valverde y Navarrete.
Gaspar Polanco desempeñó un papel significativo en diversos episodios de nuestra historia, incluyendo la Guerra de la Independencia, la Revolución de 1857, el período de anexión a España, la Guerra de la Restauración y el denominado asedio de Santiago. Se le considera, por tanto, una espada que ha cortado las cadenas que aprisionaban el espíritu libre de nuestro pueblo en distintas etapas. El reconocimiento de este guerrero de nuestra soberanía debe perdurar en el tiempo, transmitiéndose de generación en generación como un testimonio de su valía y legado.
En cuanto a la Guerra de la Independencia, resulta importante destacar que, en resumen, el año 1844, fue cuando se unió a dicho evento bélico, como coronel. Cuenta la historia que allí descolló en la Batalla de Talanquera y en la Batalla del 30 de Marzo. Su habilidad en las campañas militares de la Línea Noroeste, donde -según se ha documentado- comandó tropas de áreas rurales, le valió reconocimiento. Ya para el año 1848, ascendió a capitán y fue asignado a las unidades de Caballería de la misma región, participando en acciones de asedio, hostigamiento y ataques contra las fuerzas haitianas apostadas a lo largo del río Maguaca durante ese año y el siguiente.
Para Gaspar Polanco y sus hombres, Buenaventura Báez representaba una amenaza a los intereses del Cibao, dado que su gestión había llevado a la ruina a los tabaqueros y desencadenado una profunda crisis económica. En julio de 1857, el general Polanco lideró una revolución junto a los generales Domingo Mallol y Juan Luis Franco Bidó, estableciendo un gobierno paralelo en Santiago con José Desiderio Valverde como presidente. Cuenta la historia que la capital, Santo Domingo, fue asediada desde el 31 de julio de 1857 hasta el 13 de junio de 1858.
En su papel como General de Brigada, al frente de la caballería y las reservas militares en la línea noroeste, Gaspar Polanco se encontró en un dilema que reflejaba las complejidades de su tiempo. Al aceptar servir a la Corona española tras la Anexión, una decisión motivada por la influencia de Pedro Santana, se convirtió en un instrumento de un poder que, aunque le ofrecía estabilidad, también desdibujaba los ideales de libertad que su corazón anhelaba.
Bajo el mando del General José Antonio Hungría, teniente gobernador de la región norte, Polanco lideró a las fuerzas españolas en la caza de los patriotas restauradores. Este acto, cargado de contradicciones, lo enfrentaba a su propio hermano mayor, Juan Antonio Polanco, quien, en un ferviente deseo de emancipación, buscaba reavivar la llama de la resistencia en febrero de 1863. Así, en el cruce de caminos entre lealtad y libertad, se revelaba la tragedia de un hombre atrapado en los vaivenes de la historia, donde la lucha por la identidad nacional se entrelazaba con los lazos familiares y las decisiones del destino.
Según los libros y manuales de historia dominicana, desde el 16 de agosto, un nuevo capítulo de resistencia comenzó a escribirse, donde el brigadier español Manuel Buceta y sus tropas se hallaron en la mira de Pedro Pimentel, Juan Antonio Polanco y Benito Monción, quienes avanzaban desde Capotillo a través de la Línea Noroeste. En este torrente de valentía y desafío, un guerrero experimentado se unió a ellos, guiándolos hasta las puertas de Santiago, donde miles de hombres comenzaban a cercar la ciudad, marcando el inicio de una contienda por la libertad.
En este contexto, se proclamó a este líder como comandante en Jefe de las fuerzas restauradoras, una decisión que no surgió al azar. Su elección fue el resultado de su audacia y destreza en el campo de batalla, así como de su singularidad como el último general de las campañas de la Independencia que aún mantenía su compromiso con la causa. Su peso social, su prestigio y su autoridad no solo le conferían un estatus, sino que lo situaban como un símbolo de la lucha colectiva, encarnando la lucha de un pueblo que anhelaba liberarse de las cadenas del opresor. Así, en la intersección de la historia personal y el destino nacional, se forjaba una figura destinada a liderar en la búsqueda de un futuro autónomo y esperanzador.
Registra nuestra historia que el 31 de agosto de 1863, el general Gaspar Polanco se levantó desde Quinigüa, impulsado por la determinación de tomar Santiago. En efecto, el 6 de septiembre, al liderar el asalto a la ciudad, se propuso capturarla a través del fuego y la sangre, tomando la drástica decisión de incendiar parte del pueblo, sumergiendo la Fortaleza de San Luis en un torbellino de llamas y humo.
Esta audaz estrategia dio los resultados esperados, pues al convertir la ciudad en cenizas, se despojó a los españoles de su valor estratégico, privándolos de recursos y refugio. Cuando los sitiados, en un intento desesperado, decidieron abandonar la Fortaleza en dirección a Puerto Plata, Polanco los persiguió con tenacidad, emboscándolos en El Carril y El Limón, infligiendo graves pérdidas a sus fuerzas. En Gurabito, logró derrotar a los generales Hungría, Alfau y Buceta, y en Puerto Plata, también obtuvo victorias significativas.
Por su destacada eficacia y valor durante el asedio de Santiago, Polanco fue elevado al rango de “generalísimo” que, posteriormente, sin legitimidad alguno, se autoasignó el dictador Trujillo. A este último la historia lo condenó. Nada que ver con lo que ahora estamos contando. Lo cierto es que, en el caso de Gaspar Polanco, se trató de un título (“generalísimo”) que reflejaba no solo su destreza militar, sino también su inquebrantable espíritu en la búsqueda de la libertad y la restauración del país. Entrelazándose en su camino las luchas de un hombre con las esperanzas de un pueblo que anhelaba su emancipación.
Queda en nuestra memoria histórica cómo la devoción de Gaspar Polanco a la causa restauradora resonaba con la fuerza de su convicción. Sin embargo, su desacuerdo con la vacilante postura del gobierno de José Antonio Salcedo (Pepillo Salcedo[2]), quien, según una recurrente versión difundida, se había autoproclamado presidente sin el respaldo de la mayoría de los restauradores, lo llevó a cuestionar la dirección de la revolución. La vitalidad del movimiento se había visto mermada por la negligencia y las maniobras intrigantes de Pepillo Salcedo. Inspirado por su hermano Juan Antonio, un hombre de luces, Gaspar Polanco se erigió como líder en la insurrección que resultó en el derrocamiento de Salcedo el 10 de octubre de 1864.
Al tomar las riendas del poder, asumió el cargo de presidente de la República en armas, desde esa fecha hasta el 24 de enero de 1865[3]. Durante su breve, pero significativo gobierno, implementó políticas que favorecieron tanto el desarrollo económico como la educación, marcando un avance hacia un futuro prometedor. Ulises Espaillat se convirtió en su vicepresidente, y su gabinete integraba a destacados restauradores como Máximo Grullón Salcedo y Silverio Delmonte en la Comisión de Interior y Policía, así como al poeta Manuel Rodríguez Objío en la Comisión de Relaciones Exteriores.
Sin embargo, en un giro drástico de los acontecimientos, Polanco ordenó el exilio del expresidente Pepillo Salcedo hacia Haití, aunque las autoridades haitianas no lo aceptaron. Ante la amenaza que representaba Salcedo, quien intentaba facilitar el retorno del caudillo anexionista Buenaventura Báez, Polanco, con el consentimiento de sus compañeros restauradores, tomó la sombría decisión de ejecutarlo. Así, a pesar del éxito resonante de la gesta restauradora, esta acción manchó su legado en ciertos círculos del liderazgo, planteando la complejidad moral que a menudo acompaña a las decisiones en tiempos de crisis. En la intersección de la gloria y la sombra, la figura de Polanco se convierte en un espejo de las tensiones inherentes a la lucha por la libertad y la identidad nacional.
En el tramo final de la historia de este personaje, “primera espada de la Guerra de la Restauración”, con luces y sombras, importa destacar que, sobre su presidencia, MOYA PONS sostiene: Polanco solo en el poder menos de tres meses pues, siendo analfabeto e ignorante, su gobierno se convirtió en una tiranía desde el principio, haciendo asesinar al expresidente Salcedo y persiguiendo encarnizadamente a todos aquellos que él creía que no eran amigos suyos[4].
Su presidencia fue despojada por un movimiento liderado por Pedro Pimentel, Benito Monción y García, en el que, curiosamente, su propio hermano Juan Antonio brindó apoyo. Estos hombres vieron en el intento de monopolizar el comercio del tabaco por parte de Pepillo Salcedo, respaldado por sus allegados, una acción arbitraria y autoritaria. Así, Salcedo se retiró a sus hatos y a las labores agropecuarias en Esperanza, Valverde, abandonando el escenario político.
Una vez restaurada la República, Gaspar Polanco se unió a la serie de movimientos revolucionarios que caracterizaban su época, cada uno buscando simplemente un cambio de gobierno. En 1867, en una acción armada en defensa del General José María Cabral, el primer presidente elegido por sufragio universal, sufrió una herida en un pie. A pesar de ser llevado a Santiago para recibir atención médica, su situación se agravó, y fue trasladado a La Vega, donde finalmente falleció a causa de tétanos, consecuencia de la herida sufrida.
Mientras tanto, su hermano mayor, Juan Antonio, continuó la lucha contra la anexión liderada por Buenaventura Báez. A finales de 1873, encabezó una rebelión militar en Monte Cristi junto a Ulises Heureaux. Aunque esta insurrección fue sofocada, marcó el inicio del ocaso del gobierno de seis años de Báez.
Los restos de Polanco, quien vivió y murió en el fervor de la lucha por la soberanía, descansan en el Panteón Nacional, donde su legado se entrelaza con la memoria de una nación en constante búsqueda de su identidad. En la complejidad de sus decisiones y acciones, se revela el dilema humano de aquellos que luchan por la libertad, navegando entre la esperanza y el sacrificio.
De la vida heroica de esta “primera espada de la Guerra de la Restauración”, debemos quedarnos con la enseñanza de que la verdadera grandeza no reside únicamente en las victorias militares, sino en la capacidad de sacrificar intereses personales por el bien de la patria. Polanco encarna la dualidad del héroe y del hombre, un ser atrapado entre el deber y la moral, que nos recuerda que en el camino hacia la libertad, las decisiones no siempre son claras ni exentas de dilemas éticos.
Su trayectoria nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del liderazgo en tiempos de crisis. Un líder no solo debe ser valiente en el campo de batalla, sino también tener la sabiduría de discernir cuándo la lucha se convierte en un acto de opresión. La historia de Polanco es un eco de las luchas contemporáneas, donde el ideal de justicia puede verse empañado por decisiones difíciles y sus consecuencias.
Así, su legado no solo perdura en la memoria colectiva como un guerrero, sino como un símbolo de la complejidad humana en la búsqueda de la libertad. Nos enseña que cada acción tiene un peso moral, que la lucha por la soberanía es también una lucha por la dignidad humana, y que, al final, la grandeza se mide por la capacidad de amar y servir a la patria, incluso en los momentos más oscuros. En este sentido, la vida de Gaspar Polanco trasciende su tiempo, invitándonos a considerar cómo cada uno de nosotros puede contribuir, a través de nuestras propias decisiones y acciones, a la construcción de un futuro más justo y libre.
[1] “Mencionar el nombre de Buenaventura Báez entre los mismos hombres que habían dirigido la revolución de julio de 1857 era poco menos que una mala palabra y Salcedo no previó las consecuencias de sus declaraciones cuya gravedad era mayor si se tiene en cuenta que Báez había apoyado la anexión desde el exilio y había obtenido el nombramiento de Mariscal de Campo del Ejército Español. El odio que a Báez le tenía la élite cibaeña era solo comparable con el odio que Santana despertó entre los restauradores a medida que la guerra fue cobrando intensidad” (MOYA PONS, Frank. Manuela de historia dominicana, edición 16, p. 342-343).
[2] Para ampliar sobre Pepillo Salcedo, ver el escrito sobre este personaje de nuestra historia colgado en: www.yoaldo.org
[3] “Cuando Salcedo se disponía a mandar una nueva comisión para reanudar las conversaciones con De la Gándara, Gaspar Polanco, un militar analfabeto, lo derrocó con el pretexto de que conducía la guerra a la derrota con esas entrevistas. Además, le hizo dos graves acusaciones: por un lado, la de quererse asociar con Buenaventura Báez, entonces mariscal de campo del ejército español, y, por el otro, la de desobedecer la orden de fusilamiento que pesaba sobre Antonio de Jesús García. El presidente Salcedo fue destituido del cargo el 10 de octubre de 1864 y Gaspar Polanco ocupó su lugar. El intento de expatriación de Salcedo hacia Haití no tuvo éxito y, por orden de Gaspar Polanco, fue fusilado el 5 de noviembre” (INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 139).
[4] Op. cit. MOYA PONS, Frank, pp. 343-344