Por.: Yoaldo Hernández Perera
Pedro Antonio Pimentel,aunque injustamente relegado al olvido en la memoria histórica de muchos, fue, en rigor, tres veces prócer de la patria dominicana[1]. Fue un heroico combatiente de la Independencia, un valiente guerrero de la Restauración y un líder destacado en la Guerra de los Seis Años. Su vida estuvo marcada por una firme determinación y una inquebrantable lealtad a su nación, participando en momentos decisivos de nuestra historia. Este breve artículo busca rendir el homenaje que merece, recordando su relevante papel en la construcción de nuestra independencia, de su restauración y de la defensa de la soberanía nacional, resaltando su gran dimensión como figura clave en diversos episodios que definieron el rumbo de la República Dominicana.
Este líder de la restauración dominicana vio la luz en 1830 en la villa de Lozano, en el municipio de Castañuelas, en la región de Montecristi. Fue descendiente de Jacinto Pimentel y Juana Chamorro. Luperón, al referirse a él, lo describió como un individuo de carácter indómito, reacio a la disciplina y poco inclinado a los trabajos de gabinete, pero a su vez, un hombre de gran audacia y previsión en el contexto de la guerra restauradora.
Comenzó su carrera pública con una valiente intervención en la batalla de Capotillo, donde demostró su firmeza y determinación. De oficio ganadero, gozaba de una notable fortuna y ocupó una amplia gama de cargos en la administración pública, desde funciones militares hasta llegar a la presidencia de la República. En 1863, fue apresado, junto a Lucas Evangelista y otros, tras el fracaso del primer intento revolucionario contra la anexión a España.
Logró evadir la prisión y se refugió en Haití, donde, al estallar el Grito de Capotillo, se unió con decisión a la lucha restauradora, participando de manera sobresaliente en las principales confrontaciones bélicas.
Posteriormente, fue nombrado General en jefe de las denominadas “Fuerzas del Este” y más tarde, según cuentan nuestros historiadores, se trasladó a la línea noroeste, donde asumió el cargo de delegado jefe de operaciones en esa zona estratégica. El 10 de febrero de 1864, fue designado gobernador de Santiago y, de inmediato, se dirigió a Puerto Plata para brindar apoyo a Gaspar Polanco[2], quien perseguía a las tropas españolas en su retirada hacia el puerto. En enero de 1865, fue nombrado ministro de guerra y elegido diputado por Santiago, para integrar la Asamblea Nacional convocada en el territorio controlado por los restauradores.
Sobre la experiencia presidencial de este insigne militar, hijo de Montecristi, resulta de interés resaltar que, en el despertar de enero de 1865, la Junta Provisional Gubernativa restauradora, con el impulso de la justicia y la esperanza, restableció la Constitución de Moca de 1858 como faro hasta que, el 27 de febrero de ese mismo año, una Convención Nacional se reuniera para escribir un nuevo destino en las páginas de la República, y elegir a su presidente constitucional.
Con el acto solemne de constituirse, la Convención Nacional ratificó la Constitución liberal de Moca, proclamada con fuerza y decisión, y en ese marco, el 25 de marzo de 1865, el general Pimentel Chamorro fue elegido presidente de la República. Su primer paso fue designar un consejo de guerra que se encargaría de juzgar al expresidente Gaspar Polanco y a su gabinete.
Bajo su mandato, Pimentel ejerció la autoridad con la firmeza que dictaba su carácter, a veces cayendo en excesos de arbitrariedad y despotismo, sin intención maliciosa ni perversidad, sino más bien como una manifestación de su fervor y responsabilidad ante los deberes que había asumido, una respuesta a la confianza que el pueblo le había entregado en tiempos de agudas dificultades.
Sin embargo, el 13 de agosto de 1865, en la ciudad de Santiago, presentó su renuncia a la presidencia, al conocer que en Santo Domingo se gestaba una conspiración encabezada por los generales José María Cabral y Eusebio Manzueta. La noticia de que Cabral había sido proclamado “Protector” en la Capital y que se planeaba instaurar un nuevo gobierno, le llevó a abandonar el poder, concluyendo su mandato con el fin de la Guerra Restauradora.
Sobre el amor y el fallecimiento de Pedro Pimentel, interesa destacar que este valeroso luchador, cuya vida fue forjada en el fragor de las batallas, encontró en el amor un refugio en tiempos de paz. Unió su destino al de Ana Polanco, hija del General Juan Antonio Polanco, hermano mayor de Gaspar Polanco. Según las palabras del restaurador y escritor Manuel Rodríguez Objío, Juan Antonio no solo fue su suegro, sino también una figura paterna que, en algún momento, ocupó el lugar de padre en su vida, siendo, de algún modo, su padrastro.
Sin embargo, la suerte que había guiado su espada en la guerra fue esquiva al final de sus días. El audaz combatiente, agotado y afligido por la enfermedad, se apagó lentamente en un rincón olvidado de Quartier-Morin, Haití, en 1874. Su partida fue tan solitaria como su último suspiro, sin riquezas que lo acompañaran ni gloria que lo protegiera, dejando tras de sí solo la memoria de sus gestas, su espíritu indomable, y un legado que perduró más allá de su triste final.
[1] “(…) este héroe olvidado que había sido coronel de los ejércitos independentistas y, después de la Guerra Restauradora, uno de los líderes militares y políticos de la Guerra de los Seis Años. Guerra librada contra las pretensiones anexionistas a los Estados Unidos del gobierno de Buena Ventura Báez, conocido como el Gobierno de los Seis Años. Esa carrera heroica convirtió a Pedro Pimentel en tres veces prócer de la República” (GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición -revisada y actualizada-, p. 94).
[2] Para ampliar sobre Gaspar Polanco, como figura sobresaliente de nuestra historia, ver el ensayo que hicimos sobre él, colgado en este blog literario.