Por: Yoaldo Hernández Perera
Resumen
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Este ensayo propone una reflexión profunda sobre cómo enfrentar el sufrimiento, encontrar sentido y alcanzar la felicidad a través de una filosofía de vida consciente. A partir del estoicismo y el existencialismo, y ante los desafíos de la era digital, se plantea la necesidad de una nueva corriente: el humanismo lúcido, una guía ética y espiritual para vivir con serenidad, libertad y responsabilidad en tiempos de ruido, incertidumbre y sobreexposición.
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Palabras clave
Filosofía, existencialismo, estoicismo, sentido, libertad, responsabilidad, serenidad, autenticidad, sufrimiento, humanismo, tecnología, conciencia, virtud, adaptación, felicidad.
Contenido
I.- Aproximación introductoria, II.- El estoicismo: fortaleza y virtud ante el dolor, III.- El existencialismo: libertad, responsabilidad y el sentido en un mundo absurdo,IV.- Coincidencias y diferencias: estoicismo y existencialismo,V.- La filosofía en la era digital: urgencia de una nueva adaptación,VI.- Conclusión: elegir conscientemente una filosofía para ser feliz.
I.- Aproximación introductoria
La vida, en su vastedad impredecible, nos obliga a enfrentarnos a momentos de intenso dolor: la muerte de un ser querido, el derrumbe de sueños largamente acariciados, la traición, la soledad, el fracaso. En tales circunstancias, surge una pregunta que no puede ser desoída: ¿cómo vivir sin sucumbir al absurdo, sin ceder a la desesperanza?
En este contexto, se hace urgente una afirmación: para existir plenamente y alcanzar una felicidad auténtica, es necesario acogerse a una filosofía de vida. No se trata de una verdad dogmática, sino de una necesidad existencial. La filosofía no es un lujo académico, sino una herramienta de supervivencia, una brújula interna frente al caos inevitable del mundo.
Tal como lo plantea con agudeza Fernando Savater, la filosofía es, ante todo, una herramienta que nos permite interrogarnos sobre el sentido de nuestra existencia. Pero —advierte— para que no se convierta en un mero ejercicio de pedantería o un adorno intelectual propio del esnobismo, debe brotar de experiencias reales, muchas veces dolorosas. Según su visión, todos nos volvemos filósofos en algún momento, generalmente a raíz de un acontecimiento que sacude nuestros cimientos: la pérdida de un ser querido, el colapso de un proyecto vital, la traición de una causa en la que creíamos.
Parece, sugiere Savater, que quien transita por la vida sin tropiezos carece aún de motivos profundos para pensar, pues mientras todo marcha bien, la reflexión puede parecer innecesaria. Es el golpe, la grieta o el fracaso lo que nos obliga a detenernos, a mirar más allá de lo inmediato y a comenzar, por fin, a filosofar[1].
De las reflexiones anteriores, en sintonía con el presente ensayo, pudiéramos retener como idea relevante que el pensamiento filosófico no es un lujo para tiempos de ocio, sino una necesidad vital cuando la existencia nos sacude. Y, en efecto, filosóficamente, luce que el sufrimiento —lejos de ser un obstáculo— puede ser el punto de partida para una vida más lúcida, más consciente y, en última instancia, más plena. No se trata de buscar el dolor, sino de reconocer que, cuando llega, puede abrir puertas hacia una comprensión más honda de quiénes somos y cómo queremos vivir.
Justamente, Marco Aurelio, al enfrentarse a la pérdida de hijos, a la traición política y a la enfermedad, tal como veremos más adelante a mayor detenimiento en estas breves líneas, no pidió al universo que las cosas fueran distintas, sino que elevó su espíritu aceptando la realidad con dignidad. Tal como predica el estoicismo: no podemos controlar lo que nos sucede, pero sí cómo reaccionamos ante ello.
Así entendida, la filosofía no se reduce a teorías abstractas, sino que se encarna en decisiones cotidianas, en la manera en que enfrentamos la pérdida, la incertidumbre o la frustración. Es, por tanto, un instrumento para vivir mejor, no en términos materiales necesariamente, sino en términos espirituales: con más sentido, con más dignidad, y con mayor capacidad para hacer el bien a los demás mientras cultivamos nuestra propia elevación interior.
II.- El estoicismo: fortaleza y virtud ante el dolor
Los estoicos, especialmente en la voz serena de Marco Aurelio en sus Meditaciones[2], comprendieron que no podemos controlar lo que nos sucede, pero sí cómo reaccionamos ante ello. “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”, escribió el emperador-filósofo, resumiendo una visión del mundo en la que lo interno tiene primacía sobre lo externo. Para los estoicos, las pasiones desordenadas (miedo, ira, envidia) nos esclavizan, y solo la virtud —la sabiduría, la templanza, la justicia y el coraje— nos libera.
Marco Aurelio, al enfrentarse a la pérdida de hijos, a la traición política y a la enfermedad, no pidió al universo que las cosas fueran distintas, sino que, tal como adelantamos más arriba, elevó su espíritu aceptando la realidad con dignidad. “No desprecies la muerte, sino acéptala de buen grado, como una de las cosas que la naturaleza quiere”, escribió. Esa actitud estoica no es resignación, sino afirmación del dominio interior, el único lugar donde el ser humano puede ejercer verdadera libertad.
Y esas lecciones estoicas de Marco Aurelio fueron complementadas por ideas de otros importantes expositores de esa línea filosófica, tales como Séneca[3]y Epicteto[4], que coincidían en plantear que la verdadera libertad no depende de las circunstancias externas, sino del dominio interior sobre nuestras emociones, deseos y juicios. Para ellos, la virtud era el único bien verdadero, y vivir conforme a la razón y la naturaleza era la clave para alcanzar una vida plena, serena y moralmente íntegra, incluso en medio de la adversidad.
III.- El existencialismo: libertad, responsabilidad y el sentido en un mundo absurdo
El existencialismo, especialmente en pensadores como Jean-Paul Sartre y Albert Camus, toma otro camino, aunque se encuentra con el estoicismo en un punto esencial: la necesidad de afirmarse a sí mismo ante el sinsentido. Para Sartre, “el hombre está condenado a ser libre”[5]; no hay esencia que nos preceda, somos lo que elegimos ser. Esta libertad radical implica responsabilidad: cada elección moldea nuestra existencia y define el mundo que habitamos.
Camus, por su parte, en El mito de Sísifo[6], no niega el absurdo —el divorcio entre el anhelo humano de sentido y el silencio del universo—, pero propone una rebelión vital: seguir viviendo, creando sentido sin que exista uno dado por los dioses o la naturaleza. Sísifo, que eternamente empuja su piedra montaña arriba, es feliz porque acepta su destino y se convierte en dueño de su vida a través de la consciencia.
Resalta, pues, del existencialismo, especialmente en su vertiente francesa representada por Sartre y Camus, que, en concreto, subraya la radical libertad del ser humano y su ineludible responsabilidad de construirse a sí mismo, trazando sentido en un mundo carente de verdades preestablecidas, y asumiendo con dignidad el desafío de vivir con autenticidad.
En este contexto, “asumir con dignidad” significa aceptar la realidad de la existencia humana —con sus incertidumbres, sufrimientos y falta de sentido predeterminado— sin caer en la desesperación, el cinismo o la evasión, sino enfrentándola con entereza, lucidez y responsabilidad personal.
Desde la perspectiva del existencialismo (particularmente en Sartre y Camus), vivir con dignidad implica:
- Reconocer que no hay un sentido dado por la naturaleza, la religión o la sociedad, pero aun así elegir vivir con coherencia y compromiso.
- Actuar con autenticidad, es decir, siendo fiel a uno mismo, a pesar del absurdo o del sinsentido que pueda rodearnos.
- No rehuir la libertad, aunque esta sea una carga, sino más bien ejercerla plenamente, sabiendo que cada elección construye nuestra identidad.
En suma, “asumir con dignidad” en el sentido analizado es una forma de resistencia ética y consciente ante la condición humana, donde el sujeto no se rinde ante la falta de certezas, sino que crea valor y sentido desde sí mismo.
IV.- Coincidencias y diferencias: estoicismo y existencialismo
Ambas escuelas filosóficas coinciden en puntos cruciales: la necesidad de cultivar una vida interior sólida, la aceptación del dolor como parte ineludible de la vida y la idea de que el individuo puede elevarsesobre las circunstancias. Sin embargo, difieren en el fundamento de esa elevación. Para el estoicismo, existe un logos universal, una razón divina que ordena el cosmos; la virtud consiste en vivir conforme a esa razón. Para el existencialismo, en cambio, no hay orden preexistente: el ser humano se lanza al mundo y debe inventarse a sí mismo, sin manual de instrucciones.
Mientras el estoico busca serenidad en la aceptación, el existencialista se aferra a la acción como forma de autenticidad. Ambos, sin embargo, ofrecen caminos para enfrentar el dolor, para no naufragar cuando la vida golpea sin piedad.
V.- La filosofía en la era digital: urgencia de una nueva adaptación
Hoy, en el tiempo de la interconexión mundial, las pantallas y de la inteligencia artificial, las condiciones del existir han mutado radicalmente. Vivimos interconectados, pero muchas veces más solos que nunca; informados, pero saturados de ruido; con acceso a todo, pero incapaces de discernir lo esencial. El mundo digital ha traído consigo nuevas fuentes de sufrimiento: la sobreexposición, el linchamiento virtual, la cultura del rendimiento, la adicción al consumo y a la validación externa.
Ante esto, urge una adaptación filosófica. No basta con citar a Marco Aurelio o Sartre: debemos repensar sus ideas a la luz de nuevos desafíos. ¿Qué significa “autenticidad” cuando nuestras vidas se miden en clics? ¿Cómo cultivar virtud en una sociedad que glorifica el espectáculo? ¿Cómo sostener el silencio interior si vivimos en un zumbido constante de notificaciones?
Necesitamos una filosofía del presente, que combine la serenidad del estoicismo, la libertad del existencialismo y una consciencia crítica frente a la tecnología. Una filosofía que no rechace el mundo digital, pero que tampoco se someta a él sin cuestionamiento. Como decía Camus: “Ser libre es, ante todo, ser capaz de decir no.”
Lo inteligente, en este contexto, es tomar las bondades de cada escuela y avanzar hacia una síntesis crítica y contemporánea. Por ejemplo, del estoicismo y el existencialismo pudiéramos pasar a una suerte de escuela filosófica moderna, que podríamos llamar, tentativamente, “humanismo lúcido”, una corriente que promueva las buenas coincidencias filosóficas entre serenidad interior y compromiso existencial, en el sentido de cultivar la fortaleza espiritual estoica junto con la libertad responsable del sujeto existencialista.
Pero al mismo tiempo, esta nueva filosofía debería enseñar a habitar el mundo digital sin ser devorados por él: a construir una identidad auténtica más allá del algoritmo, a resistir la tiranía de la inmediatez, a discernir entre lo esencial y lo accesorio en medio del ruido, y a ejercer una ética del uso tecnológico que ponga al ser humano —no a la máquina, ni al mercado— en el centro de las decisiones.
Para ello, evidentemente, sería importante fomentar una educación filosófica desde edades tempranas, no como acumulación de teorías abstractas, sino como formación del juicio, del carácter y de la conciencia crítica. Solo así podremos atravesar este siglo —con sus promesas y amenazas— sin perder de vista lo que nos hace verdaderamente humanos.
Inspirado en el Manual de Epicteto, que —puntualmente— listó postulados generales que distinguían entre lo que está en nuestro poder y lo que escapa a nuestro control, la nueva filosofía que hemos denominado, tentativamente, “humanismo lúcido”, pudiera tener como piedra angular los siguientes postulados, formulados como principios orientadores para habitar con sabiduría la era digital y aspirar a una vida verdaderamente feliz:
1.- Cultiva el dominio de lo interior. Nada puede ser más urgente que volver la mirada hacia adentro. La serenidad no se halla en controlar el mundo, sino en gobernarse a uno mismo: pensamientos, deseos, emociones. Lo que depende de nosotros es nuestro juicio; lo demás, es contingencia.
2.- Ejercita tu libertad con responsabilidad. Ser libre no es hacer cualquier cosa, sino asumir la carga de elegir con conciencia. En un mundo sin sentido preestablecido, cada decisión es un acto fundador de sentido. Vive como si cada gesto tuyo revelara lo que crees valioso.
3.-Resiste a la tiranía de lo superficial. En medio del ruido digital, lo esencial queda sepultado. No confundas visibilidad con valor, ni estímulo con significado. Aprender a discernir es un acto filosófico y moral.
4.-Habita la tecnología, no te sometas a ella. La herramienta no debe convertirse en amo. Usa la tecnología con criterio: que expanda tu mente, no que absorba tu atención. La inteligencia artificial puede asistir tu pensar, pero no reemplazar tu conciencia.
5.-Practica la autenticidad en lo visible y en lo oculto. Que tu imagen pública no contradiga tu verdad interior. En un mundo de máscaras, ser fiel a uno mismo es una forma radical de libertad. No te pierdas en la mirada de los otros.
6.-Acepta el dolor como parte del trayecto, no como derrota. La pérdida, el fracaso, la incertidumbre: todo ello son partes ineludibles del vivir. No rehuyas la herida; transforma el dolor en profundidad. Cada golpe puede ser una invitación a crecer en espíritu.
7.-Conecta con los otros desde la compasión, no desde la competencia. El humanismo lúcido no es solipsista[7]. El bienestar propio está entrelazado con el ajeno. En tiempos de individualismo feroz, ayudar, escuchar, compartir es ya un acto filosófico de resistencia.
8.-Busca el silencio y la contemplación como ejercicio de lucidez. Desconectarse del ruido no es evasión, sino forma de reencontrar lo esencial. La filosofía comienza en el asombro, y el asombro requiere espacio interior.
Estos postulados no pretenden ofrecer una fórmula mágica para la felicidad, pero sí una brújula ética y espiritual para no naufragar en la confusión de los tiempos modernos. El humanismo lúcido que proponemos no niega el presente, lo abraza críticamente. Y en esa actitud —serena, libre y consciente— quizá se halle la mayor sabiduría posible para vivir en plenitud.
VI.- Conclusión: elegir conscientemente una filosofía para ser feliz
La felicidad, entendida, no como placer superficial, sino como realización profunda, no es un accidente: es una construcción. Y como toda construcción, necesita cimientos. La filosofía —sea religiosa, secular, racional o espiritual— ofrece esos cimientos. No hay una receta única: algunos encontrarán sentido en la fe, otros en la razón, otros en el arte o en el compromiso social. Lo importante no es el camino, sino la conciencia del camino.
En un mundo tan cambiante, tan vulnerable a la superficialidad, la clave sigue siendo la misma: vivir con lucidez. Aceptar que el sufrimiento forma parte de la vida, pero que no tiene la última palabra. Cultivar una ética personal, una visión del mundo, una filosofía que nos sostenga cuando todo tambalea. Porque, como bien lo entendieron los antiguos y los modernos, solo quien ha pensado profundamente en cómo quiere vivir, puede verdaderamente vivir feliz.
[1] Cfr SAVATER, Fernando. La aventura de pensar, p. 12.
[2] Leer Meditaciones, de la pluma de Marco Aurelio, es asomarse al alma de un emperador que, en medio del poder y la adversidad, buscó serenidad y virtud; es un manual atemporal de sabiduría para enfrentar con dignidad los vaivenes de la vida. Léelo en línea: MarcoAurelio_Meditaciones.pdf – Google Drive
[3] El pensamiento de Séneca, afortunadamente, está en línea a disposición gratuita de todos: 13 Libros de Seneca ¡Gratis! [PDF]
[4] Consulta en línea el Manual de Epicteto, escrito por dicho pensador (traducido por Margarita Mosquera): El Manual de Epicteto.pdf – Google Drive
[5] Ver en línea, en formato PDF, Una filosofía de la libertad, de la tinta de Sartre: (PDF) Jean-Paul Sartre Una filosofía de la libertad.
[6] Disponible en línea: El mito de sisifo, Albert Camus.pdf
[7] En un sentido general y no estrictamente filosófico, cuando se dice que alguien o algo es solipsista, se está señalando que es excesivamente centrado en sí mismo, encerrado en su mundo interior, ajeno o indiferente a los demás. En el contexto de este ensayo, al decir que el humanismo lúcido no es solipsista, se quiere enfatizar que esta nueva filosofía no se encierra en la subjetividad individual, sino que reconoce la importancia de los otros, de la comunidad, de la empatía y la responsabilidad compartida.