(Precisiones jurídicas)

Pasando balance: los deslindes administrativos están ahora “a la orden del día”.

Los deslindes administrativos previstos en la nueva Resolución núm. 3642-2016, que instituye el Reglamento de Desjudicialización de Deslinde y Procedimientos Diversos, tal como habíamos predicho en escritos previos, han venido contando con cada vez más acogida ante la Jurisdicción Inmobiliaria, a pesar de las severas críticas (en su gran mayoría infundadas) que durante las primeras semanas del dictado de la referida pieza reglamentaria se difundieron por las redes sociales, esencialmente: fueron vientos que no tumbaron cocos.

Como sabemos, la indicada tramitación administrativa (directo de M.C. a R.T.) aplica solamente a deslindes que no entrañan contestación algunas; son trabajos técnicos de individualización de derechos que -en principio- no son controvertidos, y en caso de surgir alguna controversia en el ínterin, la propia reglamentación prevé la remisión del asunto a sede judicial.

La realidad es que ya los deslindes no están llegando a los tribunales de tierra de jurisdicción original en la misma cantidad que meses atrás; y es que en muchos casos (más de lo que pensaríamos) tales solicitudes no contienen contestación entre la personas con posible interés (colindantes, vendedores, acreedores inscritos, etc..). Ese “cuello de botella” que tenían en la JI las numerosas solicitudes de aprobación de trabajos de deslinde, ha empezado a desaparecer vertiginosamente.

La factibilidad de esta modalidad administrativa de deslindes ha sido tan marcada que se registran casos en que las personas que han diligenciado solicitudes de deslindes no litigiosos que han sido rechazadas en jurisdicción original (por el motivo que fuere), en vez de proceder a recurrir dicha decisión, optan por reintroducir el asunto ante M.C. bajo la consabida fórmula administrativa.

De igual modo, va ganando terreno el petitorio (en su momento, fuertemente criticado por algunos) de peticionar ante los tribunales de jurisdicción original el archivo de las actuaciones de los procesos de deslindes que califiquen para el trámite administrativo comentado, así como la remisión de tales piezas, por parte del tribunal, hacia la Dirección Regional de Mensuras correspondiente, a fines de proseguir con el trámite de la nueva resolución.

Los cambios, por regla general, implican resistencia; esta ha sido una muestra harto elocuente de ello. Sin embargo, tal como sostuviésemos en su momento, el tiempo es el juez más cauto que, sin casi ningún margen de error, sentencia el éxito o el fracaso de las cosas. Parecería, por lo pronto, que el fallo ha sido favorable para esta controversial modalidad administrativa de deslindes.

Enhorabuena!

(Ensayo)

Trabajo en equipo

La tendencia, quiérase o no, es hacia el trabajo en equipo. Muchas decisiones trascendentales en diversos órdenes (empresarial, político, judicial, etc.) se adoptan por órganos colegiados; con lo cual, el profesional del siglo XXI debe incluir en su acervo técnicas de deliberación, a fines de ser capaz de discutir eficazmente, preparado para exponer sus ideas y, a su vez, para recibir críticas en el ámbito meramente deliberativo: quien tiene el “complejo” de contar siempre con la verdad absoluta e irrefragable de las cosas, no está en condiciones de formar parte de la matrícula de un organismo colegiado. 

Las máximas de experiencia aleccionan en el sentido de que lograr consensos es una tarea dificilísima. Definitivamente, no es fácil ponerse de acuerdo sobre un punto en concreto, máxime cuando se trata de cuestiones que entrañan ciertos niveles de complejidad; y más todavía, cuando la deliberación se desarrolla en una entidad integrada por muchos miembros. La paciencia es clave para salir exitosos de una jornada de discusión. La usanza es que unos vean lo que otros no han advertido: cuatro ojos ven más que dos; seis más que cuatro, etc.

En el ámbito del trabajo en equipo, la Madre Teresa de Calcuta dijo lo siguiente: “Yo hago lo que tú no puedes, y tú haces lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas”. En efecto, la sabiduría popular ha tenido el tino de sostener que la unión hace la fuerza. No cabe dudas de que trabajar en equipo divide el trabajo y multiplica los resultados.

La frase “divide and conquer”, esto es, “divide y vencerás”, cuenta con mayor aplicabilidad en el ámbito del trabajo en equipo. Se trata de -en suma- resolver un problema difícil dividiéndolo en partes más simples, tantas veces como sea necesario, hasta que la resolución de cada parte se torne obvia. Si cada parte se asigna a diferentes miembros de la entidad, se agiliza más y la fatiga será menor: cuestión de buena gerencia. 

La pluralidad de criterios sobre una misma cuestión no debe asustarnos. Las fortalezas están en nuestras diferencias, no en nuestras similitudes. Si todos pensáramos igual sobre una misma cosa, además de ser muy aburrida la dinámica de discusión, seguramente las conclusiones serían menos completas, con menor profundidad: cada cabeza es un mundo -dice el pueblo- por qué no aprovechar lo mejor de cada una de ellas?

El quid para el éxito de las personas que trabajen en un órgano colegiado es entender que ninguna de ellas es tan buena como todas juntas. Henry Ford, fundador de la compañía Ford Motor Company y padre de las cadenas de producción modernas, utilizadas para la producción en masa, sostuvo que llegar juntos es el principio. Mantenerse juntos, es el progreso. Trabajar juntos es el éxito. Ciertamente, son más los problemas que pueden resolverse en equipo que aquellos que podamos corregir por nosotros mismos.

El empresario estadounidense, fundador de las tiendas J.C. Penney, en el año 1902, externó en su momento una frase que, desde nuestro punto de vista, retrata fielmente la bondad del trabajo en equipo. Dijo: “los cinco dedos separados son cinco unidades independientes. Ciérralos y el puño multiplica la fuerza. Esta es la organización”.

Por todo lo anterior, dado que trabajar en equipo es fundamental en estos tiempos, es forzoso convenir en que las diversas disciplinas profesionales deberían incluir en sus respectivos catálogos de asignaturas en las universidades, una materia sobre técnicas de discusión, en el marco de la deliberación de órganos colegiados. Insistimos, discutir no es fácil. Las personas no suelen asumir en buenos términos críticas frontales, las cuales -ha de reconocerse- son consustanciales a todo proceso de discusión. Pero si existe un entrenamiento previo, desde las aulas, acerca de cómo discutir en un tono respetuoso, probablemente las cosas fluyan de manera más factible.

(Ensayo)

Sobre el arte de conversar

Alguien afirmó alguna vez que la conversación es una ilusión. Solo hay monólogos que se entrecruzan. Sin embargo, particularmente me resisto a generalizar: todo dependerá de los interlocutores.

Como casi todo en la vida, conversar supone ciertas condiciones humanas. Hay quienes -incluso- han desarrollado la idea del “arte de conversar”. Lo cierto es que el buen conversador encanta, en tanto que el mal (o pésimo) conversador espanta. Hasta en el terreno del cortejo es así: “lo que más aprecian las mujeres es un hombre que sepa escuchar y, por ende, sea buen conversador”. Se ha dicho.

No ociosamente la sabiduría popular ha sugerido que los seres humanos tienen dos oídos y una sola boca, justamente para escuchar dos veces más de lo que se habla. En efecto, para que la conversación sea tal, debe producirse un intercambio de pareceres (más o menos equilibrado) sobre cada cuestión abordada. Y si uno de los interlocutores domina más un tema en particular, debe exponer -en esenia- su criterio, sin tornar monótono el diálogo hablando solo él, en una especie de monólogo, generalmente lesivo al carácter ameno de la dinámica conversacional.

El buen sentido del interlocutor ha de indicarle cuándo debe hablar y cuándo ha de permitir al otro hacer uso de la palabra. No es necesario aguardar hasta el extremo de ser interrumpido, sutil o abruptamente. Si durante ninguna de las inevitables pausas que se hacen al hablar se formulan preguntas que denoten interés en seguir escuchando más detalles sobre el tópico desarrollado; si la expresión facial de la persona con quien se conversa denota cierta fatiga, o ante cualquier otra señal que persuada sobre un eventual desinterés por lo que se dice, es momento de “pasar la antorcha”: que otro prosiga, sea cambiando el tema de conversación (que es lo que usualmente ocurre), sea externado su propio criterio sobre el mismo asunto o, sencillamente, poniendo punto final al diálogo.

Existen técnicas para sostener una buena conversación: identificar temas polémicos que, de entrada, deben evitarse para iniciar un diálogo con una persona con quien no se tenga confianza, tales como la religión, la política, etc. Sin embargo, más que a conversaciones diplomáticas, laborales, o cualquier otra que requiera el empleo de rigorosas estrategias, quisiera centrarme en la elemental conversación social; aquella que se lleva a cabo en la cotidianidad para, simplemente, socializar con otras personas en peñas literarias (o de cualquier otra índole), en una reunión familiar, en la fila de un banco, en un súper mercado, en un chat de WhatsApp, etc.

La clave, en definitiva, es elegir temas de interés, afín con nuestro interlocutor y, sobre todo, tener una escucha activa, prestando atención a lo que se nos dice y, oportunamente, retroalimentando cualquier idea importante. Y si se nos plantea una temática que no nos interesa, igual prestar atención por un tiempo razonable; pero evitando transmitir interés en un desarrollo más profundo sobre el particular, a fines de -sutilmente- crear las condiciones para introducir otro tópico.

De nada sirve presumir, en el ámbito del sano diálogo, un conocimiento sobre una cuestión que es totalmente ajena a la otra persona, sin que ninguna circunstancia dé pie a ello: el “echavaineo” es incompatible con una amena conversación. En palabras del poeta alemán, Wilhelm Busch: “La buena conversación no consiste en decir cosas ingeniosas, sino en saber escuchar tonterías”.

Desafortunadamente, en algunos medios como el abogadil, el político, entre otros, pululan los malos (y pésimos) conversadores. Probablemente el perfil de las personas que usualmente interactúan en los referidos medios contribuye a que esto sea así: intelectuales y, por qué no decirlo, pseudos intelectuales (los “wannabe”).

Si lees mucho, crea las condiciones para compartir con los demás, de forma agradable, los conocimientos que entiendas pertinentes, atendiendo a la ocasión; sin intentar acorralar a tu interlocutor, formulándole preguntas sobre algo que acabas de consultar y que sabes que es muy probable que el otro no sepa claramente. Sencillamente exprésalo, más o menos, en los siguientes términos:“Me resultó interesante algo que recientemente vi, en el sentido de…”. Puedes compartir lo que sabes, sin estresar a los demás. Y sobre todo, permitiendo espacios para que con quien hables retroalimente y opine, si lo entendiese de lugar.

Ser pedante con el conocimiento no te hace intelectual. Más bien te convierte en una persona indeseable y, créanme, individuos así suelen ser discriminados (aunque no sea de manera frontal, por pena o por educación). En efecto, no han sido ni dos, ni tres los episodios que he presenciado de personas que -refiriéndose a un tercero- expresan ideas como: “Cuidado, por ahí viene fulano, vámonos para evitar la fatiga”.

En fin, el que la conversación sea, como refiriéramos al inicio de este breve ensayo, una especie de monólogos entrecruzados, decididamente, va a depender de los interlocutores.

Si cada quien se centra solamente en lo que sabe y quiere decir, sin prestar interés a lo que tiene que contar el otro. Y si cuando uno de los interlocutores hace uso de la palabra, el otro permanece en silencio para aparentar que pone atención, pero realmente lo que hace es que deja en “Stand by” la idea que estaba desarrollando antes de que el otro hablara y, zas!, al más mínimo descuido, vuelve y retoma la misma “cantaleta”, definitivamente, estaríamos ante monólogos entrecruzados, probablemente sin una relación entre sí. O lo que equivale afirmar, nos encontraríamos ante una conversación disfuncional.

Si, en sentido contrario, cada interlocutor se ocupa de hablar, pero también de prestar atención (y mostrar interés) a lo que diga el otro, se cristalizaría -sin dudas- una sana y amena conversación. A todo ser humano le resulta grato compartir sus buenas experiencias (logros personales, familiares, académicos, etc.). Una buena conversación es clave para externar y revivir tales bondades de la vida, permitiendo que las demás personas hagan lo propio en el mismo diálogo. Debemos, pues, elegir buenos interlocutores y -sobre todo- tratar de ser nosotros mismos mejores conversadores.

La conversación tiene un poder grande. Mediante ella las personas se enamoran, forjan amistades, etc. Es por eso que aprender a conversar es tan importante. Mientras más ameno sea el diálogo, habrán más oportunidades de extenderlo y, por ende, de agotar a cabalidad cada tema. Ya lo dijo CHURCHILL: “ Una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores”.