Cuando una mujer, enfrentando los desafíos de su tiempo, es capaz de transformar la educación, la conciencia cívica y la dignidad nacional, logrando valiosas conquistas sociales como la defensa de los derechos de la mujer, la renovación del magisterio y el fortalecimiento de los valores patrióticos, nace un sentimiento colectivo de gratitud y reconocimiento que la impulsa a trascender generaciones. Por eso hoy, por su gran obra de ayer, se ha decidido trasladar los restos de la inmortal Ercilia Pepín[1] al Panteón de la Patria, lo cual constituye un acto de justicia histórica para toda la sociedad, dejando claro el mensaje de que la entrega, el valor y el compromiso con la nación perduran más allá de la vida y merecen ser honrados en la memoria nacional[2].
“En los finales del siglo XIX, apenas cinco años después de haber sido fundado por Salomé Ureña, bajo la orientación de Eugenio María de Hostos, el “Instituto de Señoritas” de la ciudad de Santo Domingo, nació en Santiago, el 7 de diciembre de 1886, quien había de ser, dese corta edad, la otra estrella refulgente del magisterio dominicano: Ercilia Pepín”[3].
En efecto, se trata de una de las figuras más trascendentales de la historia educativa y cívica de la República Dominicana: una mujer cuya vida, ejemplo y convicciones marcaron un antes y un después en la construcción de la identidad nacional y en el avance de los derechos de la mujer. Su nombre permanece asociado al magisterio, al patriotismo y a la lucha social, no solo por sus contribuciones profesionales, sino por la firmeza ética con la que enfrentó los retos de su tiempo.
Ercilia Pepín nació el 7 de diciembre de 1886 en Santiago de los Caballeros[4], en un entorno familiar que fomentó la disciplina, el estudio y el amor por la patria. Desde niña demostró gran inteligencia y sensibilidad social. Tras perder a su madre a los cinco años, fue criada por su abuela Carlota, quien fortaleció en ella un carácter decidido. Su formación estuvo marcada por la influencia del profesor italiano Salvador Cucurullo, con quien aprendió matemáticas, ciencias, francés e italiano. Aquellos primeros años sellaron su pasión por la enseñanza, vocación que la acompañaría hasta su muerte.
A los 14 años comenzó a impartir clases en el barrio Nibaje, iniciando así una trayectoria excepcional. Con apenas 20 años ya era directora de la Escuela de Niñas del Barrio Marilope; y dos años después asumió funciones docentes en la Escuela Superior de Señoritas, sustituyendo precisamente a su querido maestro Cucurullo. Allí introdujo reformas innovadoras basadas en el racionalismo pedagógico de Eugenio María de Hostos: impulsó el uso del uniforme escolar, el respeto mutuo entre docentes y estudiantes, la incorporación de asignaturas novedosas como dibujo, trabajos manuales, gimnasia y canto coreado, así como el uso sistemático de mapas. Estas medidas transformaron la enseñanza tradicional y sentaron las bases de un modelo educativo más moderno y humano.
Su vocación patriótica fue igualmente notable. Promovió el respeto a los símbolos nacionales, encargó la composición de himnos escolares y fomentó en los estudiantes una conciencia cívica profunda. Su liderazgo moral fue tan influyente que, a los 25 años, ya era considerada una de las educadoras y ciudadanas más destacadas de Santiago[5].
Ercilia Pepín también se convirtió en la primera mujer dominicana en promover abiertamente el movimiento feminista en el país. Levantó su voz en defensa de los derechos de la mujer cuando aún era difícil y arriesgado hacerlo. Su lucha se enfocó en la idea de que la educación femenina debía ser integral, crítica y orientada a la participación social, pues solo así las mujeres podrían convertirse en agentes reales de cambio.
En 1913 obtuvo el título de Maestra Normal con mención de honor y poco después impulsó la creación de un Instituto Profesional de Enseñanza Superior en Santiago, inaugurado en 1915. Allí estudió medicina, pero la ocupación estadounidense de 1916 obligó al cierre del centro. Ercilia respondió con valentía: organizó conferencias patrióticas, defendió los símbolos nacionales y se negó a participar en actividades del gobierno interventor. Su resistencia fue un acto de firmeza cívica y nacionalista.
En 1920 fundó el Colegio México de Señoritas, aportando una institución educativa moderna y progresista. Sus méritos la llevaron a ser reconocida por grandes intelectuales dominicanos como Fabio Fiallo, Félix Evaristo Mejía y los hermanos Henríquez y Carvajal. Su figura trascendió lo educativo para convertirse en símbolo de civismo y dignidad nacional.
El fin de la ocupación estadounidense con la retirada de sus tropas en 1924 la encontraron participando activamente: Ercilia encabezó el acto de izamiento de la bandera dominicana en la Fortaleza San Luis, utilizando una bandera confeccionada por sus alumnas, como gesto de orgullo restaurado. En 1928, en un acto de solidaridad internacional, promovió el envío de una bandera dominicana a Augusto César Sandino, líder nicaragüense que luchaba contra otra intervención extranjera.
A pesar de su prestigio, en 1930 sufrió represalias políticas: fue destituida durante los inicios del régimen de Trujillo por haber colocado la bandera a media asta en honor al fallecido profesor Andrés Perezo. Su dignidad le costó su cargo, pero no su vocación: siguió enseñando de manera privada, fiel a sus principios.
Ercilia Pepín falleció el 14 de junio de 1939[6], dejando un legado inquebrantable. Educadora, patriota, líder feminista, intelectual y actriz ocasional, fue una mujer adelantada a su época. Su obra pedagógica ayudó a moldear generaciones; su civismo elevó el espíritu nacional; su defensa de la mujer abrió caminos que aún hoy seguimos recorriendo.
Hoy, trasladar sus restos al Panteón de la Patria no es solo un homenaje: es una afirmación moral. Significa reconocer que la grandeza no reside únicamente en quienes empuñan armas o lideran gobiernos, sino también en quienes educan, siembran conciencia y defienden la dignidad. Es declarar que la nación honra a quienes la hacen crecer desde las aulas, desde la palabra firme y desde el ejemplo.
El mensaje es claro: la educación, el civismo y la valentía no mueren; se multiplican. Ercilia Pepín vive en la memoria dominicana como una mujer que enfrentó su tiempo con dignidad, que fue capaz de transformar la sociedad y que hoy, con justicia, ocupa un lugar definitivo entre las grandes de la patria.
Si fuera a escribirse un poema sobre la obra dorada de esta ejemplar dominicana debería titularse “Ercilia, Luz que Enseña a la Patria”, y su primer verso debería ser: “En tus manos, maestra, despertó la aurora de un pueblo entero”. Pero, indudablemente, lo que ella hizo trascendió cualquier palabra escrita, y eso la convierte en un símbolo eterno de la educación, la dignidad y el amor a la nación.
[1] Ver en línea: ¿Quién fue Ercilia Pepín?: Ercilia Pepín: la nuevo miembro del Panteón Nacional – Diario Libre
[2] Ver en línea: Ercilia Pepín: Comisión Permanente de Efemerides Patrias – Inicio
[3] GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta edición (revisada y actualizada), p. 195.
[4] El Poder Ejecutivo promulgó la Ley núm. 96-25, que declara a la educadora y activista Ercilia Pepín como prócer de la patria y designa el 7 de diciembre de cada año como Día de Ercilia Pepín, en honor a su legado patriótico y educativo, al igual que a su constante defensa de los derechos de las mujeres. Sobre la fecha de su natalicio, ver en línea: Un día como hoy nace Ercilia Pepín, primera mujer dominicana en ser maestra e intelectual
[5] Ver en línea: Hoy en la historia. Nace Ercilia Pepín
[6] Sobre su vida, obra y fallecimiento, ampliar en línea: Ercilia Pepín educadora dominicana: Su vida, obra y logros – Educando