El rumor y el espejo

La peña literaria ocupaba el rincón más silencioso de aquella cafetería ubicada dentro de una librería muy visitada por lectores de diversos géneros literarios: una mesa redonda de madera gastada, tres tazas humeantes y un murmullo de libros abiertos que parecían escucharlo todo. Afuera, la ciudad seguía su ritmo; adentro, el tiempo se afinaba como una pluma.

—Yo ando detrás de una novela breve —dijo Clara, acomodando el cuaderno—. Algo sobre la memoria, pero no la personal: la memoria de los objetos, lo que recuerdan las casas.

—Siempre tan precisa —sonrió Julián—. Yo, en cambio, quiero escribir un ensayo narrativo sobre el azar. La gente cree que gobierna su vida, pero basta un giro mínimo para que todo cambie.

El tercero, Mateo, había permanecido callado. Giraba el asa de su taza, como si midiera una idea que aún no tenía forma.

—Yo no sé qué escribir —dijo al fin—. O mejor: sé el tema, pero no la forma. Y eso me persigue desde hace días.

Clara levantó la vista, interesada.

—Eso suena a que el texto ya te eligió.

Mateo respiró hondo.

—Es una intuición incómoda. La realidad simple y brutal de que todo el mundo sabe quién es quién. Aunque no te lo digan a la cara. Por adular, por hipocresía, por miedo… da igual. A tus espaldas siempre se dice. A veces a pocos, a veces a muchos.

Julián arqueó una ceja.
—¿Una crónica social?

—Tal vez —respondió Mateo—, o un relato moral. No lo sé. Pienso en Sócrates: conócete a ti mismo. Porque si sabes que tu moral te pesa, por más bien que te vaya robando, mintiendo o extorsionando, no lo hagas. Todo eso se sabe. Tarde o temprano. Y aunque nadie te enfrente, te lo cobrarán por detrás, en la conversación ajena.

Clara cerró el cuaderno con suavidad.

—Hablas de pudor.

—De dignidad —asintió Mateo—. Quien la tiene no tolera que su nombre circule así. No hace lo mal hecho porque no podría vivir con ello. En cambio, quien carece de pudor, hace lo indebido y tolera el rumor. Se acostumbra a la espalda del otro.

Julián apoyó los codos en la mesa.

—Entonces el conflicto no está en la sanción externa, sino en la conciencia.

—Exacto. Conocerse a uno mismo es saber con qué se puede vivir y con qué no. Y ahí aparece lo que más me cuesta decir sin sonar a sermón: la familia. Como célula primaria. Donde se aprende —o no— a mirar de frente. Donde se cultivan valores para que mañana haya más personas de bien, que no hagan lo mal hecho.

Clara sonrió con una tristeza luminosa.

—Eso ya es literatura, Mateo. Falta el pulso, no la verdad.

—Y falta coraje —añadió Julián—. Porque si hablas de dignidad, tendrás que hablar también de quienes la administran en público.

Mateo asintió.

—Sí. Harán falta políticos con dignidad que rompan la cadena demagógica de explotar a un pueblo mantenido en la ignorancia. No como consigna, sino como consecuencia de lo anterior. Si no se aprende en casa a conocerse y a respetarse, el resto es teatro.

La cafetería se quedó en silencio unos segundos. Afuera, una risa cruzó la calle como una cometa.

—Escribe eso —dijo Clara—. Aunque aún no sepas si será cuento, ensayo o novela. Escríbelo como se escribe una confesión.

Mateo miró su taza vacía y sonrió, aliviado.

—Tal vez la forma aparezca cuando deje de huirle al tema.

La peña continuó y, entre sorbos y páginas, la idea dejó de perseguirlo: ya estaba sentada a la mesa.

YHP
23-12-25