Azua 1844: la forja de la Independencia dominicana en la Batalla del 19 de Marzo

Por.: Yoaldo Hernández Perera

 La Batalla del 19 de Marzo representa para los dominicanos un hito fundamental en la defensa de la independencia nacional, porque marcó el primer gran triunfo contra el ejército haitiano, que había invadido el país tras la proclamación de la independencia. Esta victoria no solo demostró la valentía y el sacrificio del pueblo dominicano, sino que también consolidó el deseo de libertad y autonomía frente a los intentos de subyugación extranjera. Hay que recordar que este conflicto fue parte de un proceso más amplio de afirmación de nuestra independencia, que comenzó con el trabucazo del 27 de febrero de 1844, y que reflejaba el profundo sentimiento nacionalista de los dominicanos. Por tanto, esta batalla se erige como un símbolo de unidad, resistencia y determinación para mantener la soberanía del país, a pesar de las adversidades.

Es por eso que, como buenos dominicanos, debemos honrar a aquellos que dieron su vida en esta batalla, recordando su valentía y sacrificio. Debemos seguir fortaleciendo ese espíritu patriótico que nos une como nación, ya que, en definitiva, la Batalla del 19 de Marzo nos enseña que la libertad y la independencia no se logran sin esfuerzo, pero también que la unidad del pueblo dominicano es la clave para enfrentar cualquier desafío que se nos presente. Moya Pons narra que el día 18 de marzo apareció frente a la ciudad de Azua el ejército haitiano comandado personalmente por el presidente Hérard.

Allí tomó posiciones en las orillas del río Jura, donde estableció su campamento, y al otro día, el 19, lanzó sus tropas de vanguardia organizadas en plan de ataque, divididas en dos columnas de infantería acompañadas de caballería. Los dominicanos los recibieron a cañonazos mientras su infantería disparaba a fuego cerrado. Después de una refriega que duró un par de horas, los haitianos se replegaron a su campamento y recogieron sus heridos y muertos. No hubo, según externa el citado historiador, otro encuentro entre ambos grupos durante ese día[1].

Gutiérrez Félix, de su lado, sobre el comentado episodio bélico, ha expuesto que Charles Hérard, presidente de Haití, invadió con un gran ejército, dividido en dos cuerpos, la parte oriental para someter a los patriotas que habían proclamado la Independencia. Sostiene dicho autor que el 18 de marzo estaban en las afueras de Azua, donde encontraron la vanguardia del ejército que se había formado bajo la jefatura de Pedro Santana. Esa vanguardia estaba comandada por Antonio Duvergé, quien tenía como subalternos a Vicente Noble, Manuel Mora y Matías Vargas, quienes se habían enfrentado al ejército invasor.

Sigue sosteniendo Gutiérrez Félix que los combates comenzaron en las primeras horas de la mañana del 19. Los haitianos fueron sorprendidos por dos cañones instalados por Francisco Soñé en unos pequeños cerros a la entrada del sur. Sus disparos causaron severas bajas a los atacantes. Pero a la caída de la tarde la lucha era encarnizada debido a la superioridad del enemigo en hombres y armamentos. Entonces Duvergé, como jefe de vanguardia, ordenó un ataque en masa con el machete. Por segunda vez en la historia militar del pueblo dominicano, se utilizó ese instrumento de trabajo como arma de combate. Ya se había usado en la batalla de Palo Hincado, en 1808. En Azua, la decisión de los dominicanos y el valor y energía de sus jefes, en ese asalto inesperado, desconcertó a las tropas haitianas. Al filo del machete se retiraron en desorden del campo de batalla, dejando cientos de muertos y heridos[2].

Bajo la tinta de Orlando Inoa, se narra que el 18 de marzo Hérard, quien a su vez era el comandante de las tropas invasoras, estaba frente a Azua, donde instaló un campamento a orillas del río Jura. Había llegado sin gran dificultad, a pesar de los esfuerzos de detenerlo de Fuente del Rodeo (el verdadero bautismo de sangre de la república) y Cabezas de las Marías. Según este autor, en sintonía con los anteriores historiadores, la milicia dominicana que salió del encuentro de los haitianos estaba formada en su mayor parte por un contingente de campesinos del este del país sin entrenamiento militar que, siguiendo a Pedro Santana, llegó a Santo Domingo a principios de marzo, portando lanzas y machetes[3].

Sobre los episodios históricos narrados precedentemente, forjados a base de sangre y arrojo de grandes dominicanos, diría un poeta que la Batalla del 19 de Marzo no solo fue un enfrentamiento de armas, sino una victoria del alma dominicana, que se alzó en unidad y coraje frente a la adversidad.

En sus versos, evocaría el eco de los machetes que cortaron el miedo y la incertidumbre, y el rugir de los cañones que dejaron claro que la libertad no se regala, sino que se conquista con sangre y fuego. “El pueblo unido jamás será vencido”, cantarían las estrellas, como testigos de un amanecer de independencia que no fue solo el triunfo de un ejército, sino el triunfo del espíritu indomable de una nación que, a pesar de los desafíos, sigue firme en su propósito de ser libre.

Así, un poeta (o alguien con alma de tal) nos recordaría que la memoria de aquellos héroes no debe desvanecerse en el tiempo, sino que debe vivir en cada uno de nosotros, como un faro de esperanza y fortaleza. Porque, en lenguaje de elevación espiritual, “la libertad no se olvida, se defiende y se celebra, siempre en unidad”.

Venga, pues, un sentido canto de reconocimiento a los héroes del imborrable 19 de marzo de 1844, quienes, con su valentía y sacrificio, cimentaron el camino hacia la libertad de nuestra nación. Destacándose, aunque luego vinieran sombras que matizaran su nombre histórico, el General Pedro Santana: comandante de las tropas dominicanas, que con astucia y firmeza condujo en ese momento a nuestros hombres a la victoria; junto a Antonio Duvergé, Juan Esteban Ceara, Lucas Díaz, Luis Álvarez, Vicente Noble, Manuel Mora, Matías Vargas y otros valientes soldados.

Estos nombres están escritos en nuestra historia no solo con tinta, sino con la sangre y el esfuerzo de aquellos que dieron todo por la libertad. Son los que nos enseñaron que la independencia se defiende con coraje, unidad y amor a la patria. Su impronta resuena en cada rincón de la República Dominicana, recordándonos que la libertad que hoy gozamos fue ganada con sacrificio y dignidad, y que nunca debemos olvidar el legado de aquellos que lucharon por ella, tanto para proclamarla como para mantenerla viva.

Por eso hoy, al conmemorarse otro año más de aquella icónica batalla, la historia se erige ante nosotros como una brújula que guía y un sol que brilla sin quemar. Es un llamado a las nuevas generaciones a emular las buenas acciones de nuestros héroes, a tomar en sus manos el legado de valentía y sacrificio que nos dejaron. Recordar esta lucha no solo es honrar el pasado, sino también sembrar en el presente la conciencia de que la defensa de nuestra dominicanidad es un compromiso continuo, un deber que debe perdurar a través de los tiempos.


[1] Cfr MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, 16 edición, p. 276.

[2] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, pp. 73-76.

[3] Cfr INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 106.