Por.: Yoaldo Hernández Perera
Resumen
________________________________________________________________________________________________________________
En estas breves líneas nos aproximamos, con un enfoque objetivo y basado en evidencia histórica, al ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo el 30 de mayo de 1961, dando una mirada a sus causas, protagonistas, implicaciones y legado. Más allá de los juicios pasionales, presentamos una reflexión sobre la responsabilidad cívica, la fragilidad democrática y la necesidad de preservar la memoria histórica frente a intentos de distorsión.
________________________________________________________________________________________________________________
Palabras claves
Tiranicidio, dictadura,Trujillo, CIA,desclasificación de documentos,memoria histórica, autoritarismo, héroes nacionales, represión, democracia, transición, pruebas documentales, cautela de futuras generaciones.
Contenido
I.- Mirada preliminar,II.- Contexto político previo al 30 de mayo de 1961, III.- La conspiración: actores, motivos y planificación, IV.- Reacciones y consecuencias inmediatas, V.- El 30 de mayo en la memoria histórica dominicana, VI.- Conclusión.
I.- Mirada preliminar
El ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo, ocurrido el 30 de mayo de 1961, constituye, según el historiador Juan Daniel Balcácer[1], un hito decisivo en la lucha por la libertad y la recuperación de la democracia en la República Dominicana. A 64 años de esa valerosa gesta, estas breves reflexiones se centran en su significado histórico y en su legado para las presentes y futuras generaciones.
En el siglo XIX, los acontecimientos más trascendentales en la construcción de nuestra identidad nacional fueron las gestas de la Independencia de 1844 y la Restauración de 1865, impulsadas por los padres fundadores y los próceres que rescataron la soberanía.
Durante el siglo XX, la defensa de esa identidad y soberanía se expresó en tres momentos clave: la resistencia nacionalista contra la ocupación militar estadounidense (1916-1924), la conspiración política del 30 de mayo de 1961, mencionada previamente, que puso fin a la dictadura trujillista, y la revolución de abril de 1965, considerada una guerra patria en defensa de la constitucionalidad. Estos hechos, en su conjunto, marcan el rumbo de la nación hacia la libertad, la justicia y la convivencia democrática.
La historia, como disciplina, exige objetividad. No se construye con emociones ni con simpatías ideológicas, sino con evidencia contrastable y rigor metodológico. La pasión puede acompañar una hipótesis o motivar una investigación, pero no puede suplantar los hechos. En este sentido, la llamada Era de Trujillo, cuyo declive comenzó con su ajusticiamiento un 30 de mayo de 1961, ha sido documentada con pruebas abundantes, incluyendo testimonios sólidos, que configuran un período marcado por el autoritarismo, la represión y la concentración absoluta del poder[2].
Por más que se intenten rescatar ciertos logros materiales, la magnitud del daño humano, institucional y ético registrado durante este régimen ha dejado una huella indeleble en la memoria histórica del país. Esa mancha, sostenida por datos y no por juicios de valor, sigue opacando cualquier intento de reinterpretación que busque equilibrar la balanza a favor del dictador[3].
El martes 30 de mayo de 1961, a las 9:45 de la noche, marcó un punto de inflexión en la historia contemporánea de la República Dominicana: ese día fue ajusticiado Rafael Leónidas Trujillo Molina, figura central de un régimen que dominó la vida política, económica y social del país durante 31 años. La emboscada en la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal (Autopista 30 de Mayo, que hoy es el Malecón del DN)[4], en la que Trujillo fue abatido por un grupo de hombres vinculados tanto a sectores militares como a círculos civiles, no fue un hecho aislado ni improvisado, fue el resultado de una conjura cuidadosamente planificada por individuos que, motivados por razones personales, políticas y patrióticas, buscaron poner fin a una dictadura que había concentrado el poder de manera absoluta[5].
La participación indirecta de organismos internacionales, como la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que Bernardo Vega sostiene que no tuvo gran incidencia en el complot para matar a Trujillo[6], también forma parte del análisis histórico del suceso. En estas breves líneas examinamos el contexto que condujo al ajusticiamiento del dictador, el perfil y las motivaciones de los implicados[7], así como las consecuencias inmediatas y de largo plazo de este hecho, no solo en la estructura política dominicana, sino también en la construcción de su memoria histórica.
II.- Contexto político previo al 30 de mayo de 1961
La dictadura de Trujillo, consolidada desde 1930, se caracterizó por un férreo control del Estado, el uso sistemático del terror y la represión, y una estructura de poder centrada en su figura. Hacia finales de la década de 1950, su régimen comenzó a experimentar un progresivo aislamiento internacional, debido a episodios como el intento de asesinato del presidente venezolano Rómulo Betancourt en 1960[8], lo que le valió sanciones diplomáticas y económicas. Al mismo tiempo, en el plano interno, se agudizaban las tensiones entre sectores descontentos del ejército, antiguos aliados del régimen, y miembros de la sociedad civil que resentían las violaciones a los derechos fundamentales y la ausencia de libertades públicas.
El debilitamiento de su legitimidad internacional y la presión creciente de gobiernos como el de Estados Unidos, en plena Guerra Fría, colocaron al régimen en una posición vulnerable. La posibilidad de que su permanencia en el poder derivara en una revolución de corte comunista, como ocurrió en Cuba, generó preocupación en Washington, lo que propició contactos discretos entre conspiradores dominicanos y agentes de inteligencia norteamericanos.
III.- La conspiración: actores, motivos y planificación
El atentado del 30 de mayo fue obra de un grupo compuesto por civiles y militares[9], entre ellos Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Juan Tomás Díaz, Luis Amiama Tió y el general Antonio Imbert Barrera, entre otros[10]. Los motivos de los participantes fueron diversos: algunos tenían razones personales, como el asesinato de familiares cercanos por parte del régimen; otros estaban motivados por convicciones democráticas o por la percepción de que la dictadura había agotado su ciclo y ponía en peligro la estabilidad futura del país.
La planificación del atentado se desarrolló en secreto y contó con apoyo logístico limitado. Se ha documentado que la CIA conocía de la existencia del complot y que proporcionó armas que fueron ocultadas por un ciudadano estadounidense residente en el país, Simon Thomas Stocker. Aunque existe controversia sobre si estas armas llegaron efectivamente a los conspiradores, su implicación ha sido reconocida por investigaciones posteriores.
El plan consistía en interceptar a Trujillo mientras se trasladaba, como acostumbraba, sin escolta directa, desde Santo Domingo a San Cristóbal. A las 9:45 p.m. del 30 de mayo de 1961, el vehículo del dictador fue interceptado en el kilómetro 7 y medio (algunos historiadores dicen que fue en el km 9) de la autopista (que conocemos como Malecón), donde recibió más de sesenta disparos. Trujillo murió en el acto. Su chofer (Zacarías), aunque herido, sobrevivió.
IV.- Reacciones y consecuencias inmediatas
El tiranicidio[11] no significó el fin inmediato del régimen. Los conspiradores no lograron tomar el control del aparato estatal, y varios de ellos fueron apresados, torturados y ejecutados en los días siguientes. Solo algunos, como Imbert Barrera y Amiama Tió, lograron sobrevivir.
Sin embargo, el golpe simbólico fue irreversible. La figura central del sistema político había desaparecido, lo que abrió una brecha en la estructura monolítica del poder. La familia Trujillo intentó mantener el control mediante la figura de Ramfis Trujillo, hijo del dictador, pero las presiones internas y externas precipitaron su salida del país.
Internacionalmente, el hecho fue interpretado como un punto de quiebre en la política autoritaria de la región. En República Dominicana, se inició un proceso de transición con tensiones, marcado por la inestabilidad, pero también por una incipiente apertura democrática. En 1962, se celebraron elecciones libres por primera vez en más de tres décadas[12].
V.- El 30 de mayo en la memoria histórica dominicana
Con el paso del tiempo, el ajusticiamiento del dictador ha sido resignificado como un acto fundacional en la lucha por la democracia dominicana. A pesar de las controversias en torno a los métodos empleados y a la falta de coordinación posterior, el hecho ha sido reconocido oficialmente como un acto patriótico.
El 30 de mayo se conmemora como un día para recordar la resistencia a la tiranía[13], y sus protagonistas son considerados héroes nacionales. La memoria colectiva ha privilegiado una lectura que valora el coraje cívico y la necesidad de actuar frente a la opresión, incluso a riesgo de la vida.
A la vez, el caso sirve como advertencia sobre los riesgos de concentrar el poder en una figura única, y la fragilidad de los sistemas democráticos frente a liderazgos autoritarios, especialmente cuando estos logran manipular instituciones y apropiarse de la voluntad popular.
VI.- Conclusión
El tiranicidio de Rafael Leónidas Trujillo, el 30 de mayo de 1961, no solo puso fin a una de las dictaduras más prolongadas de América Latina, sino que también abrió las puertas a una compleja transición democrática en la República Dominicana. Aunque no todos los objetivos de los conspiradores se cumplieron en el corto plazo, su acción marcó el principio del desmantelamiento de un régimen sostenido por la represión, el miedo y el culto a la personalidad, al punto de, incluso, llevar al tirano a enemistarse con la Iglesia por haberse negado a concederle el título de “Benefactor de la Iglesia”[14], ¡un absurdo!
Analizar este episodio desde una perspectiva objetiva y basada en evidencia permite entender no solo los hechos concretos del ajusticiamiento, sino también sus implicaciones históricas, políticas y simbólicas. Hoy, más de seis décadas después, la historia del 30 de mayo sigue siendo una referencia indispensable para reflexionar sobre los valores democráticos, la justicia y la necesidad de preservar un Estado de derecho respetuoso de los derechos humanos.
Propicia es, para concluir, esta reflexión de Mario Read Vittini, quien planteó con aguda lucidez: “Me planteo la cuestión de si es correcta la sentencia que proclama como un hecho político general que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Y agrego yo, especialmente cuando tiene la oportunidad de escogerlo soberanamente (…)”[15]. Una cita que, más que una afirmación, nos invita a la introspección colectiva y a valorar con responsabilidad la vigencia del voto libre, la conciencia cívica y el deber de no repetir los errores del pasado[16].
[1] Este connotado estudioso de nuestra historia, en un trabajo titulado La gesta del 30 de mayo, publicado el 28 de mayo de 2025 en Diario Libre, planteó lo siguiente: Se trata de una efeméride nacional de extraordinaria significación histórica, porque es un hecho incontrovertible que el tiranicidio de 1961 propició la tan anhelada oportunidad de los dominicanos para construir su propio destino y vivir en el marco de una sociedad libre y democrática.
[2] MOYA PONS, sobre el detonante del tiranicidio de Trujillo y la explotación que hizo en vida de las riquezas del país, expone lo siguiente en su obra intitulada Manual de historia dominicana, edición 16, p. 505: “El asesinato de las Hermanas Mirabal, ocurrido el 25 de noviembre de 1960, colmó los ánimos de la gente sensata y decente contra Trujillo y acrecentó la atmósfera de profunda animadversión que ya existía contra el Gobierno. Nuevas conspiraciones surgieron, incluso entre los mismos amigos de Trujillo y entre personas que habían sido funcionarios del gobierno y colaboradores cercanos suyos. Una de esas conspiraciones contó con el apoyo de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos, que también creían llegado el momento de liquidar esta larga tiranía. Alentados por ese apoyo, ese grupo de hombres, dirigidos por un amigo de infancia de Trujillo, Juan Tomás Díaz, que se encontraba en desgracia a causa de la oposición política de su hermana, urdió la trama de atacar a Trujillo a balazos cuando se dirigiera a su “Hacienda Fundación”, en San Cristóbal, cosa que hicieron en la noche del 30 de mayo de 1961. El asesinato del dictador ocurrió cuando ya el régimen se desmoronaba a consecuencia de las sanciones económicas impuestas por la Organización de Estados Americanos (OEA) el año anterior (…) la naturaleza depredadora de su régimen, que tendía a explotar las riquezas del país en su beneficio personal y familiar, creó un sistema de apropiación de los recursos económicos de la Nación que terminó por desposeer a miles de campesinos de sus tierras, obligándolos a emigrar a las ciudades, y terminó creando un gobierno encerrado en sí mismo que limitaba la participación de las mayorías en el ejercicio del poder y, al mismo tiempo, en las posibilidades de hacer fortuna (…) La naturaleza monopolística de sus empresas dejaba poco campo a la inversión privada, pues nadie se sentía seguro de no ser despojado de sus negocios, una vez estos mostraran que estaban dejando beneficios (…) Trujillo fue simplemente trujillista, no nacionalista, como se ha dicho insistentemente”.
[3] A raíz de la reciente circulación en medios locales de interpretaciones vinculadas a los documentos desclasificados sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy, han resurgido versiones que pretenden cuestionar la legitimidad moral de los hombres que pusieron fin al régimen de Trujillo. No está de más señalar que tales intentos, dirigidos a empañar la memoria de quienes asumieron ese acto con coraje, y a atenuar la responsabilidad histórica del dictador y su entorno, resultan infructuosos frente al peso abrumador de las pruebas documentales y testimoniales. La evidencia acumulada a lo largo de décadas invalida, de forma categórica, cualquier intento de reescribir la historia en detrimento de la verdad y la justicia.
[4] Hay que recordar que, en aquella época, el Malecón llegaba hasta las inmediaciones de la Avenida Máximo Gómez. Luego Trujillo construyó la Feria Ganadera en las afueras. Cuando sucedió la emboscada, era realmente una carretera en las afueras (justamente, los conjurados aprovecharon ese carácter inhóspito), distinto a lo que tenemos hoy: un malecón con más kilómetros e iluminado. En el lugar preciso del tiranicidio se erigió un monumento, esto es, en el kilómetro siete y medio en la Autopista 30 de Mayo (Malecón), siendo remodelado en varias ocasiones. Un monumento que perdura como un recordatorio del valor de los dominicanos y de la prudencia que deben ejercer las futuras generaciones al momento de elegir a sus gobernantes, para evitar caer en el mismo error de otorgar el poder a quienes albergan mentalidades autoritarias.
[5] Sobre la noche del 30 de mayo del 1961, el regreso de Ramfis desde París y el desplome de la dictadura, Orlando Inoa, en su libro intitulado Breve historia dominicana, p. 233, expone lo siguiente: “Mientras el régimen trataba de reponerse, más de un complot se urdía contra la vida del dictador. Uno de ellos actuó con éxito la noche del 30 de mayo de 1961, cuando Trujillo cayó abatido a balazos en la autopista que conduce a San Cristóbal. Lo que parecía imposible a los ojos de los dominicanos, empezó a tomar cuerpo la noche de un martes que aparentaba terminar de forma bastante anodina (…) Al ocurrir el asesinato de Trujillo, en París era miércoles 31 de mayo y ya había salido el sol cuando Ramfis Trujillo, enterado por una llamada de teléfono de que algo grande había ocurrido en Ciudad Trujillo (en un principio pensó que su padre había muerto, no asesinado), se disponía a viajar lo más rápido posible. Ramfis y su comitiva llegaron a las siete de la noche (hora dominicana) del miércoles 31 de mayo. El hijo de Trujillo era secretario de Estado sin cartera y asesor técnico militar, dos cargos sin funciones ni importancia que su padre le había otorgado por si necesitaba una representación en Europa, adonde Ramfis se había ido a vivir el 8 de agosto de 1960 (…) Poco tiempo después, se trasladó a su oficina de la AMD, en la base aérea de San Isidro, tomó control del país y dispuso un funeral de Estado para su padre. Poco menos de seis meses después, Ramfis huyó del país (el 18 de noviembre) y la dictadura se desplomaba por completo, al menos en términos formales. Una nueva etapa se iniciaba en la historia dominicana”.
[6] Bernardo Vega, en un trabajo titulado La CIA y el complot para matar a Trujillo, publicado en ACENTO el 08 de abril de 2025, establece que, si desde el principio Washington no se hubiese involucrado para nada en la trama para matar a Trujillo, los sucesos del 30 de mayo no habrían cambiado.
[7] Mario Read Vittini, en su libro Trujillo de cerca, página 377 y siguientes, testimonia detalles sobre los hombres decididos que se aglutinaron alrededor de Antonio de la Maza y Juan Tomás Díaz, con los cuales, según afirma, tuvo -con casi todos- viejos y estrechos vínculos de amistad.
[8] En el periódico Hoy, del 04 de julio del 2015 salió publicado un trabajo especial de dicho medio de prensa, titulado El día que el dictador Trujillo intentó matar a Betancourt. En dicho escrito se indicó lo siguiente: “A eso de las 9:00 de la mañana del viernes 24 de junio de 1960, el vehículo de Betancourt, seguido de dignatarios y oficiales de seguridad, tomó la avenida de Los Próceres, en Caracas, para dirigirse a presenciar un desfile militar en ocasión del Día del Ejército y la conmemoración de la Batalla de Carabobo (…) Cuando el automóvil presidencial pasó junto a un carro Oldsmobile, color verde, una devastadora explosión hizo saltar por los aires el auto del ejecutivo venezolano y lo destruyó parcialmente. El mandatario resultó con quemaduras en ambos brazos, las manos y parte de la cara. En el atentado murieron el coronel Ramón Armas Pérez, jefe de la Casa Militar de la presidencia, y el asistente naval López Parra (…) El Gobierno de Venezuela solicitó una reunión urgente de la OEA, y como respuesta se designó una comisión especial compuesta por representantes de seis naciones, que encontró pruebas irrefutables que incriminaban a Trujillo en el intento de magnicidio. Asimismo, la OEA decidió a unanimidad celebrar una conferencia de ministros en San José, Costa Rica, que acordó la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales con la RD”.
[9] El historiador Juan Daniel Balcácer, en el trabajo previamente mencionado publicado en Diario Libre el 28 de mayo del 2025, titulado La gesta del 30 de mayo, rindió un merecido tributo a los héroes del 30 de mayo, en los siguientes términos: En vista de que el próximo viernes 30 de mayo el país conmemorará el 64 aniversario de la gloriosa gesta del 30 de Mayo, que hizo posible el nacimiento de la democracia que hoy disfrutamos los dominicanos, se impone que como tributo a la memoria de quienes sacrificaron sus vidas en aras de las libertades públicas, cedamos el espacio de esta columna para recordar y honrar los nombres de los principales actores en ese resonante hecho político. El grupo de Moca: Antonio de la Maza Vásquez, Antonio García Vásquez, Luis Manuel Cáceres Michel, Miguel Ángel Bissié Romero, Bienvenido García Vásquez, Pablo de la Maza Vásquez, Ernesto de la Maza Vásquez, Mario de la Maza Vásquez, Bolívar de la Maza Soto. El grupo político: Juan Tomás Díaz Quezada, Modesto Díaz Quezada, Miguel Ángel Báez Díaz, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda Pimentel, Roberto Pastoriza Neret, Ángel Severo Cabral, Luis Amiama Tió, Manuel de Ovín Filpo, José René Román Fernández. El grupo de Salvador: Salvador Estrella Sadhalá, Antonio Imbert Barrera, Amado García Guerrero.
[10] En una publicación de ACENTO, el 30 de mayo del 2022, se expuso: “Los héroes del 30 de mayo”, así se le llamó al grupo de hombres valientes que mataron al tirano Rafael Leónidas Trujillo la noche del 30 de mayo. Conformaban el grupo el propio Antonio de la Maza, Antonio Imbert Barrera, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Huáscar Tejeda Pimentel, Pedro Livio Cedeño y Roberto Pastoriza (…) Aunque esos siete son los más mencionados, la historia recoge el nombre de otros héroes: Luis Amiama Tió, Luis Manuel Cáceres (Tunti)y los hermanos Modesto, y Juan Tomás Díaz. Aquella noche, el Chevrolet azul de Trujillorecibió 70 impactos. El cuerpo del dictador recibió siete”.
[11] Según la RAE, tiranicidio es la muerte dada a un tirano: tiranicidio | Definición | Diccionario de la lengua española | RAE – ASALE
[12] En el periódico El Nacional, del 14 de septiembre del 2014, salió publicado, suscrito por dicho medio de prensa, un trabajo titulado Elecciones de 1962, en el cual se expone lo siguiente: “El Partido Revolucionario Dominicano, con el profesor Juan Bosch de candidato presidencial, ganó las elecciones del 20 de diciembre de 1962 al recibir 628,495 votos. Viriato Fiallo, candidato de la Unión Cívica Nacional, apenas alcanzó 315,877 sufragios favorables. Bosch ganó entre los segmentos conservadores y trujillistas al levantar el slogan de campaña “borrón y cuenta nueva”. Y es que los segmentos que ostentaron el poder político durante 31 años, con gran influencia en el electorado nacional, temían a que se les procese judicialmente por el cúmulo de abusos y sus grandes crímenes. Hábilmente, el candidato del PRD ganó también el apoyo de los estratos más pobres de la población al calificarlos como los “hijos de Machepa”. Y denominó “tutumpotes” a los ricos que poseían carros grandes, que, para la época, en su mayoría, eran vehículos americanos de alto cilindraje”.
[13] El 20 de mayo del 2021 el Poder Ejecutivo declaró, mediante decreto, el 30 de mayo como “Día de la Libertad”, en homenaje a la resistencia nacional y a las víctimas de asesinatos, de separaciones, torturas y abusos ejecutados durante la dictadura de Trujillo, cumpliendo así con un requerimiento que data desde el cuatro de diciembre de 1961, que lo hiciera por primera vez el abogado Eduardo Sánchez Cabral, mediante una carta pública enviada al presidente del Consejo de Estado, Joaquín Balaguer.
[14] Juan Francisco Puello Herrera, en su libro intitulado La libertad religiosa: perspectiva comparada y ámbito en la República Dominicana. El Concordato y Trujillo, p. 228, expone: “En los treinta y dos años que el dictador Trujillo estuvo al frente de su Gobierno contó siempre con el apoyo de la Iglesia Católica hasta que esta se negó a otorgarle el título de Benefactor de la Iglesia, que quería añadir a los de “Generalísimo”, “Benefactor de la Patria”, “Padre de la Patria Nueva”. De su lado, sobre esta frustrada obsesión de Trujillo por obtener el título de “Benefactor de la Iglesia”, Reynaldo Pérez Espinal, ex embajador y magister en Historia del Mundo Hispánico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, sostuvo lo siguiente en un artículo de opinión publicado el 2 de julio del 2022 en Acento: “En su enfermiza egolatría, para Trujillo era inconcebible que persona o institución alguna, se negase a cumplimentar, en servil actitud de complacencia, sus demandas y caprichos. No se podía desobedecer al “dios” impunemente, so pena de recibir como respuesta el rayo fulminante de su venganza (…) Una obsesión incoercible para el tirano fue la de poseer, en su infinita retahíla de honores, el título de “benefactor de la iglesia”. Ya desde el 16 de junio de 1955, tras conmemorarse el primer aniversario del Concordato establecido entre la Santa Sede y el Estado dominicano, el sacerdote claretiano Zenón Castillo de Aza, en resonante artículo titulado “Trujillo, Benefactor de la Iglesia”, había pedido para él, desde Roma, tan acariciado honor”. Finalmente, no fue concedida tal petición. El indicado autor transcribe el intercambio de cartas que hubo entre el monseñor Beras y Robles Toledano sobre este tema. Ver en línea: La frustrada obsesión de Trujillo por el título de Benefactor de la Iglesia | Acento
[15] READ VITTINI, Mario. Trujillo de cerca, p. 401.
[16] “Quien no aprende de las lecciones de su historia personal, envejece al margen de la experiencia” (HERNÁNDEZ MEJÍA, Edgardo. 73 pasos hacia la verdad absoluta, p. 12). Un pensamiento que aplica también a la memoria histórica de la Nación.