Versos libres a mi madre Luisa

Los bellos atardeceres de la sultana del este

 colorearon el cielo bajo el cual discurrió su infancia.

 

Las aguas de dos ríos navegables, el Higuamo y el Soco, le bendijeron desde pequeña.

Endulzaron su alma las abundantes cañas de azúcar sembradas en suelo petromacorisano,

y  desde entonces ha brotado miel por los poros de la piel de sus brazos

que tantas veces me han cobijado  con tiernos abrazos.

 

Como los arcoíris multicolores,

 surcando el imponente  azul  de aquel preciso trecho de cielo

 que se refleja en las aguas del majestuoso mar Caribe,  

sus innúmeras cualidades humanas forman el paisaje perfecto en nuestro jardín,

donde ella reina como la flor más bella con fragancia dulce maternal.  

 

Ella ha conquistado un sitial muy especial en mi vida.

Hoy es el eje en que se sustenta toda una familia que la ama y la respeta largamente.

Su sola existencia me fortifica, y por siempre existirá para todos los que le amamos,  

pues sus bondades transcienden las reglas existenciales de los mortales.

 

La siento más que a mis sentidos;

la necesito más que a mis necesidades;

la amo más que al amor mismo.

 

Los ángeles y arcángeles son testigos de que a la causa familiar

 se ha entregado en cuerpo y alma, sin pedir nada a cambio.

Su desprendimiento para con los suyos la regocija.

Sus ojos retratan la hija, la madre y la abuela ejemplar.

Esos ojos son ventanas que me muestran la plenitud;

basta su mirada para encontrar la paz, la protección…

 

En su vientre bendito me formé;

por nueve meses y unos días me resguardé en sus entrañas;

desde sus adentros vine a la luz

y su luz en mí nunca se apaga.

 

Para mí su esencia es esencial;

su sonrisa me provoca risa,

pues su alegría me alegra.

Su tristeza me entristece,

pues su dolor me duele,

pero su fortaleza me fortalece.

 

Su rostro ha servido de telón para ocultar duras penas

en su afán por no entristecer a sus seres queridos…

Cuánta bondad, cuánto don de madre.

 

Dios, gracias por prestármela durante este brevísimo tránsito terrenal.

En este mundo con ella estoy y  por siempre estaré en espíritu,

porque de  lo que se ama sinceramente nunca se renuncia.

Los siglos serán lazos que nos unirán cada vez más

y la  eternidad será el lecho donde descansarán por siempre  

nuestros mejores recuerdos vividos.

 

Madre, toda la radiación electromagnética procedente del sol

no sería capaz de producir tanta energía como aquella que, desde mi

corazón, energizará mi garganta para vociferar por toda la eternidad

que eres la madre perfecta;

que con más virtudes que defectos,

¡por siempre te amaré!

 

 

 

 

 

 

 

Yoaldo H.P.