Santiago Rodríguez: el eco vivo del Grito de Capotillo

Por.: Yoaldo Hernández Perera

En un amanecer de fervor y coraje, el eco del Grito de Capotillo[1] retumbó, como un trueno en el pecho de los valientes, llamando a las armas, despertando al pueblo. Era agosto de mil ochocientos sesenta y tres (1863), un canto de libertad surgía entre sombras, tras la penumbra de la anexión, nacía la esperanza, como el sol en el horizonte.

Además de Gregorio Luperón, con su mirada de fuego, y Benito Monción, forjando el destino, Santiago Rodríguez, firme y decidido, fue protagonista de aquella gesta restauradora, bajo la bandera de un sueño compartido. Hombres de acero, de corazón indómito, dispuestos a luchar, a darlo todo por la tierra, su sangre, su honor, en cada paso, en cada grito de libertad, en cada batalla.

Así comenzó la saga de la Restauración, un pueblo levantándose, unida su voz, bajo el manto de la patria, un nuevo amanecer, donde el sacrificio y el amor florecen eternos. Y, hay que decirlo, con el apoyo -contra el gobierno español- de Haití[2]. Es un deber de honor y reverencia, evocar ahora, igual que hemos hecho en otros escritos sobre los demás héroes restauradores, la estela de Santiago Rodríguez, héroe de bravas gestas y nobleza, cuyo nombre repica en el viento del tiempo.

Digno es recordar su ardiente entrega, su pasión por la patria, su inquebrantable fe, pues en cada latido de su valentía, se forjó un legado que nunca se olvida. Valorar su mérito, cual joya brillante, es rendir homenaje a su espíritu indomable, que con cada paso dejó huellas de gloria, en la senda del pueblo que anhelaba libertad. Así, en la memoria colectiva, brillará siempre su luz, su ejemplo, pues Santiago Rodríguez, en su grandeza, es un faro eterno en la historia de nuestro pueblo.

Santiago Rodríguez Masagó, fue un militar y caudillo dominicano cuyo nombre está grabado con tinta indeleble en la historia de la República Dominicana. Nacido alrededor de 1809 en la región de Fort Liberté, en el área que más tarde se conocería como Dajabón, su vida se vio marcada por un ferviente deseo de libertad y justicia. Su oposición a la anexión de la República Dominicana a España lo llevó a convertirse en una figura central en la lucha por la independencia, destacándose como el principal organizador del icónico Grito de Capotillo, evento que, vale repetir, encendió la llama de la Guerra de la Restauración en 1863.

Durante la época de la anexión, Rodríguez se desempeñó como alcalde constitucional de Sabaneta, un rol que le permitió conectar con su comunidad y comprender las aspiraciones de su pueblo. Sin embargo, en febrero de 1862, se alzó como uno de los próceres que iniciaron las rebeliones antiaxionistas en su tierra natal, dedicándose con determinación a organizar un movimiento insurreccional que abarcaría el norte del país. A pesar de sus esfuerzos heroicos, su revolución fue reprimida el 21 de febrero de 1863 por las tropas españolas bajo el mando del general José Hungría, un revés que no apagó su espíritu indomable.

Aunque se conocen pocos detalles sobre su origen, varios historiadores coinciden en que Santiago fue hijo de Vicente Rodríguez y Josefina Masagó, ambos prósperos comerciantes de Santiago, con ascendencia haitiana. Esta herencia multicultural influyó en su visión del país y en su compromiso con la justicia social.

Después de la restauración de la independencia en 1865, Rodríguez ocupó diversos cargos militares, aunque también desestimó algunos. Como muchos de sus contemporáneos, se alineó con los ideales de Buenaventura Báez. En octubre de 1867, se unió a la rebelión liderada por el general Manuel Altagracia Cáceres (Memé) en los campos de la Línea Noroeste, enfrentándose al gobierno del general José María Cabral, quien buscaba reinstalar a Báez en el poder por cuarta vez. Este conflicto lo llevó a luchar contra antiguos compañeros de la causa restauradora, una realidad que reflejaba las complejidades políticas de la época.

Santiago Rodríguez falleció el 24 de mayo de 1879 en Agua Clara, Sabaneta, dejando un legado imborrable en la historia dominicana. Su vida, marcada por la lucha y el sacrificio, sigue siendo un símbolo de la búsqueda inquebrantable de la libertad y la justicia para su patria.

En honor a este valiente héroe nacional, la provincia Santiago Rodríguez lleva su nombre, un susurro en el noroeste, en la mágica subregión del Cibao, la cuna de la Restauración. San Ignacio de Sabaneta, su corazón palpitante, es su ciudad cabecera. Constituida en mil novecientos cuarenta y ocho (1948), antes, en Monte Cristi se hallaba, pero su esencia clamaba por ser provincia, hasta que finalmente fue elevada a tal categoría.

Una localidad que cuenta con gran riqueza de cuencas, la más abundante de las noroestanas, donde fluyen los ríos Mao, Artibonito y Guayubín, hilos de vida que serpentean el suelo, nutriendo la tierra y el alma. En sus ejes montañosos se despliega la flora, bajo la mirada protectora de la Cordillera Central y la Sierra de Zamba al norte, un abrazo de verdes que danzan al viento, celebrando la historia que en sus aguas se funde.

Santiago Rodríguez, héroe de nuestra historia, representa la esencia del patriotismo, un vínculo profundo con la identidad colectiva. Su vida y legado no solo han forjado una ciudad que lleva su nombre, sino que también han sembrado en nosotros un sentido de pertenencia y responsabilidad hacia nuestra patria. En esta entrega, rendimos homenaje a su memoria y a la de otros ilustres personajes que han contribuido a la construcción de una República Dominicana libre, soberana e independiente, recordándonos que la historia se teje con los hilos de valentía y dedicación, invitándonos a reflexionar sobre el valor del sacrificio en la búsqueda del bien común. ¡Loor a quienes lo merecen!


[1] “(…) el 16 de agosto de 1863 un grupo de catorce dominicanos, encabezados por Santiago Rodríguez, cruzó la frontera y en el cerro de Capotillo enarboló la bandera dominicana en señal de que la guerra por la independencia y la restauración de la República Dominicana comenzaba (…) El empuje de la revolución obligó a los españoles a batirse en retirada, mientras, uno tras otro, los pueblos del Cibao proclamaban su adhesión al movimiento restaurador. La Vega, Moca, Puerto Plata, San Francisco de Macorís y Cotuí se pronunciaron por la Restauración a finales de agosto y prepararon sus hombres para el combate y para ayudar a las tropas de la Línea Noroeste en el ataque de Santiago que se hacía inminente a partir del día 1 de septiembre cuando los revolucionarios ocuparon parte de esta ciudad” (MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, p. 338).

[2] “El presidente Geffrard se vio obligado a retirar el apoyo a los dominicanos, pero esto solo fue hasta los inicios del año 1863, cuando respaldó al grupo de rebeldes que, al mando de Santiago Rodríguez (José Cabrera, Benito Monción y otros treces combatientes estaban entre ellos), operó desde Haití, en la zona fronteriza cercana a Cabo Haitiano; estos insurrectos cruzaron la frontera y en el poblado de Capotillo izaron la bandera dominicana (confeccionada previamente en Haití), iniciándose con este gesto incruento lo que al paso de los días devino en llamarse la guerra de Restauración. Desde ese momento, Haití fue un aliado incondicional en la lucha de los dominicanos contra el Gobierno español” (INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 131).