Por: Yoaldo Hernández Perera
Un golpe de Estado es a la institucionalidad lo que una herida es a la salud, porque ambas perturban el orden establecido y generan consecuencias adversas. Cuando no se respeta un período para el cual fue electo un presidente y, sin legitimidad institucional, se acude a un mecanismo como el golpe de Estado, la sociedad pierde confianza en sus instituciones, lo que puede llevar a la inestabilidad, la polarización y un debilitamiento del Estado de derecho. En pocas palabras, un golpe de Estado socava la democracia y altera el tejido social, creando un ambiente de desconfianza y conflicto que puede perdurar durante generaciones.
En efecto, el golpe de Estado en 1963 que derrocó al presidente Juan Bosch en nuestro país fue el resultado de varios factores políticos y sociales. Bosch, quien había sido elegido democráticamente en 1962, implementó reformas sociales y económicas que generaron tensiones con sectores conservadores y militares del país. Su inclinación hacia políticas más progresistas y su intención de redistribuir la riqueza alarmaron a la élite económica y a los militares, que temían un cambio radical.
Además, la Guerra Fría[1] influyó en el contexto, ya que Estados Unidos y otros países de la región estaban preocupados por la posibilidad de que la República Dominicana se alineara con el comunismo. La combinación de estas tensiones internas y externas culminó en un golpe de Estado en septiembre de 1963, liderado por sectores militares y civiles que derrocaron a Bosch, estableciendo un gobierno provisional que restableció el control conservador en el país. Este evento marcó un periodo de inestabilidad política que continuaría en los años siguientes.
MOYA PONS, sobre el referido asalto a la voluntad popular, ha externado que Bosch tomó posesión el 27 se febrero de 1963. Sus ideas generales sobre el ejercicio de gobierno eran populistas y reformistas. Las había aprendido en Cuba y Costa Rica, y resultaron muy avanzadas para muchos en la República Dominicana. Por esta razón, muchos terratenientes, comerciantes, industriales, militares y sacerdotes lo tildaban de comunista o izquierdista (…) A pesar de la retórica anticomunista de los grupos de extrema derecha, aun aquellos que no confiaban en Bosch, le dieron inicialmente el beneficio de la duda (…) El consejo de Estado había respondido favorablemente a los intereses de los comerciantes e industriales, pero el nuevo gobierno de Bosch no era tan manejable.
Continúa sosteniendo el mencionado historiador que día a día, crecía la oposición a Bosch. Su incomprensión parcial de la realidad dominicana tras 25 años en el exilio hizo que entrara en conflicto con casi todos los grupos sociales, incluyendo su propio partido. En pocos meses, Bosch se encontró completamente aislado y la mayoría de sus seguidores terminó abandonándolo. Este hecho se hizo evidente el 20 de septiembre de 1963, cuando grupos empresariales llamaron a una huelga general que paralizó el país por dos días. Esta huelga fue para los militares la señal de que el tiempo era propicio para el golpe de Estado que habían estado planificando con importantes comerciantes, industriales, terratenientes, dirigentes políticos de los partidos minoritarios y miembros de la iglesia católica[2].
Exactamente cinco días después, el 25 de septiembre de 1963, Juan Bosch fue derrocado y sustituido por un Triunvirato integrado por destacados empresarios y abogados. Este nuevo gabinete se caracterizó por la presencia de políticos de inclinación derechista y figuras estrechamente vinculadas a la comunidad empresarial dominicana. Como se puede ver, en concreto, a Bosch lo derrocó una coalición de sectores conservadores y empresarios que, temerosos de sus reformas progresistas, decidieron tomar las riendas del poder para preservar sus intereses y garantizar el estatus quo.
Durante el mes de diciembre, un contingente guerrillero, encabezado por los líderes del Movimiento Revolucionario 14 de junio, se insurgió en las montañas en una audaz tentativa de resistencia contra el Triunvirato. Pero las fuerzas del ejército rodearon rápidamente a los insurgentes, sometiéndolos a la obediencia. Una vez apresados, la mayoría de ellos fue ejecutada, y solo unos pocos lograron escapar a la muerte. Al enterarse de esta devastadora situación, Emilio de los Santos, a la sazón presidente del Triunvirato, optó por renunciar de inmediato, declarando que no podía ser partícipe, aunque sea por omisión, del asesinato de un grupo de jóvenes idealistas. Su renuncia abrió la puerta a Donald Reid Cabral, un importador de vehículos estrechamente vinculado a la Unión Cívica Nacional, que había jugado un papel activo en la conspiración contra Bosch y asumió el liderazgo en un contexto de creciente represión.
Finalmente, en 1965, el Triunvirato cayó, un régimen que había logrado mantenerse en el poder gracias al considerable respaldo de los Estados Unidos, así como de la Iglesia y altos mandos militares. Ese mismo año estalló la guerra civil, seguida de una intervención norteamericana, que condujo a la formación de dos gobiernos militares, a la par, en el país, uno llamado “Gobierno Constitucionalista” y otro denominado “Gobierno de Reconstrucción Nacional”, allanando el camino para el gobierno provisional de Héctor García Godoy[3]. En 1966, se llevaron a cabo elecciones para elegir un gobierno definitivo y legítimo, resultando victorioso el Partido Reformista, en un contexto de represión hacia el PRD durante la campaña electoral, mientras Juan Bosch se encontraba en el exilio. Todo esto dio paso al reconocido período de “los doce años de Balaguer”, que se extendió desde 1966 hasta 1978.
Episodios de nuestra historia como el golpe de Estado a Juan Bosch son importantes de conocer y recordar cada fecha conmemorativa, porque nos permiten reflexionar sobre el valor de la democracia, los riesgos de la tiranía y la necesidad de defender nuestras instituciones para evitar que se repitan los errores del pasado. No olvidemos que la memoria es el faro que ilumina el camino de la justicia, y solo al recordar podemos construir un futuro donde la libertad florezca sin temor. O, como diría un poeta (o alguien con alma de tal): “en el eco del pasado resuena la verdad; recordar es tejer con hilos de resistencia el tapiz de nuestra libertad.
[1] La Guerra Fría fue un conflicto por la supremacía del mundo y la imposición del modelo político, económico,ideológico y cultural que cada país defendía: el comunismo (URSS) y el capitalismo (EE. UU.). Comenzó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y culminó en diciembre de 1991 con la disolución política de la Unión Soviética. Tuvo etapas de hostilidad y etapas de distensión y fue la época en la que surgió por primera vez el miedo a una guerra nuclear, que en caso de haber ocurrido habría tenido efectos devastadores. Se caracterizó por las disputas diplomáticas, la carrera armamentística y espacial, la constante amenaza mutua y el intento por influir sobre otros países. Esto incluyó la intervención en guerras subsidiarias, es decir, conflictos bélicos en terceros países en los que cada potencia apoyaba a una de las facciones enfrentadas. Fuente: https://concepto.de/guerra-fria/#ixzz8mrM08NMK
[2] MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, pp. 509-511.
[3] “Entre mayo y septiembre de 1965 hubo dos gobiernos militares en la República Dominicana: uno, llamado “gobierno constitucionalista”, presidido por el líder militar de la revuelta, el coronel Francisco Alberto Caamaño; y el otro, llamado “gobierno de reconstrucción nacional”, presidido por uno de los matadores de Trujillo, el general Antonio Imbert Barrera, un enemigo declarado de Bosch y de los comunistas, a quien los Estados Unidos escogieron e instalaron como presidente para manipular la política local” (Op. Cit. MOYA PONS, Frank, pp. 514-515).