La Revolución de 1857 y la Constitución de Moca: causas, consecuencias y lecciones para la democracia dominicana

Por.: Yoaldo Hernández Perera

Resumen

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Se analiza la Revolución de 1857 en Santiago de los Caballeros, impulsada por el rechazo al gobierno autoritario de Buenaventura Báez. Examinando cómo este movimiento dio lugar a la Constitución liberal de Moca de 1858, que consagró derechos como la libertad de expresión, el voto directo y el gobierno civil. Aunque el proyecto fue frustrado, se destacan las lecciones clave sobre la importancia de la democracia, el respeto a las libertades y la necesidad de limitar el poder absoluto.

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Palabras clave

Revolución, autoritarismo, democracia, Cibao, Buenaventura Báez, José Desiderio Valverde, Benigno Filomeno Rojas, Constitución, Moca, libertades, voto, derechos, gobierno civil, participación.

Contenido

I.- Aproximación a la temática histórica, II.- Causas de la Revolución de 1857, III.- La Constitución de Moca: un proyecto liberal,IV.- La frustración del proyecto y la lección histórica, V.- Conclusión

I.- Aproximación a la temática histórica

La historia política de la República Dominicana ha estado marcada por luchas entre tendencias autoritarias y aspiraciones democráticas[1]. Uno de los episodios más representativos de esta tensión fue la Revolución del 7 de julio de 1857, un levantamiento cívico-militar liderado desde Santiago de los Caballeros con el propósito de derrocar el gobierno del presidente Buenaventura Báez.

Este movimiento dio origen a un Gobierno Provisional en el Cibao y, eventualmente, a la Constitución liberal de Moca de 1858. Aunque la revolución fue finalmente frustrada por el regreso del caudillo Pedro Santana, su legado constitucional y sus ideales democráticos ofrecen valiosas enseñanzas para la historia institucional del país y para la preservación de la democracia en la actualidad.

Moya Pons, sobre este episodio de nuestra historia, ha sostenido que en la noche del 7 de julio de 1857 se reunieron en la Fortaleza de Santiago los principales hombres de armas de la ciudad, acompañados por los más importantes, comerciantes, propietarios e intelectuales de la región y, en vista de las recientes medidas monetarias lanzaron un manifiesto declarando su propósito de “sacudir el yugo del Gobierno del señore Báez, al cual desconocen desde ahora y se declaran gobernados (hasta que un Congreso, elegido por voto directo, constituya nuevos poderes) por un gobierno Provisional, con su asiento en la ciudad de Santiago de los Caballeros”. El gobierno se instaló inmediatamente y se nombró presidente al general José Desiderio Valverde y vicepresidente al abogado Benigno Filomeno Rojas, quienes, a la vez que recibieron el inmediato respaldo de casi todos los habitantes de las provincias del Cibao, organizaron un movimiento armado con el propósito de marchar hacia la ciudad de Santo Domingo para derrocar al presidente Báez, que se disponía a resistir la revolución amparado tras las murallas de la ciudad y reforzado con los cientos de miles de dólares en oro y en tabaco que sus agentes habían estafado a los cibaeños en las semanas anteriores.

Y continúa diciendo el referido historiador que le Gobierno de Santiago puso las tropas revolucionarias bajo el mando del general Juan Luis Franco Bidó, y en pocos días cercaron la capital, comenzando así la guerra civil. Con los recursos que tenía a su disposición, Báez no podía ser desalojado fácilmente de la capital, y sintiéndose animado por la resistencia que las fuerzas leales al gobierno opusieron a la revolución en las ciudades de Samaná y Higüey, los baecistas se dispusieron a resistir tratando de romper el cerco que los asediaba. Frente al poder que demostró Báez desde los mismos comienzos de la guerra, pues el gobierno de la capital utilizó los recursos que tenían para imponer armas y provisiones desde Curazao y Saint Thomas, el gobierno cibaeño dictó un decreto de amnistía en favor del general Pedro Santana y de sus partidarios que se encontraban en el exilio, permitiéndoles regresar por los puertos de Monte Cristi y Puerto Plata para ponerse al servicio de la revolución[2].

Tras su regreso, Santana formó un nuevo ejército y asumió el liderazgo militar de la Revolución el 18 de septiembre de 1857. La guerra, que duró casi un año y fue bien sangrienta, llevó a la emisión de papel moneda por ambos gobiernos —Santo Domingo y el Cibao—lo que precipitó la bancarrota nacional. En medio de este caos, el gobierno cibaeño promovió una nueva Constitución para sustituir la autoritaria de 1854 y dar al país un régimen verdaderamente representativo. El 25 de septiembre se convocaron elecciones, y la elección de intelectuales como diputados reflejó el vigor democrático del Cibao.

La Constitución, proclamada en Moca el 19 de febrero de 1858[3], abolió la pena de muerte por motivos políticos, garantizó libertades fundamentales, y estableció un gobierno civil, electivo y responsable. Prohibió la reelección presidencial inmediata, separó el poder militar del civil, y fijó la capital en Santiago. El general Valverde fue ratificado como presidente.

Santana, opuesto al texto liberal, reorganizó su poder y, tras el exilio de Báez, desmanteló la obra del Cibao, restableciendo la Constitución de 1854. Aunque hubo resistencia, el poder militar de Santana prevaleció. El gobierno del Cibao cayó en septiembre de 1858, y con él, la Constitución de Moca.

 II.- Causas de la Revolución de 1857

La principal causa de esta revolución fue el descontento generalizado con el régimen autoritario de Buenaventura Báez, quien gobernaba con el respaldo de una constitución conservadora que limitaba los derechos ciudadanos y concentraba el poder en el Ejecutivo. Los sectores del Cibao, en especial los productores de tabaco, comerciantes y profesionales, se sintieron marginados económica y políticamente[4]. Estos sectores aspiraban a un gobierno más liberal, democrático y representativo, en contraposición al centralismo y la represión política de Báez.

El estallido revolucionario en Santiago no solo fue una manifestación de desobediencia política, sino también una expresión clara del deseo de transformación institucional. El nombramiento del general José Desiderio Valverde como presidente del Gobierno Provisional y de Benigno Filomeno Rojas como vicepresidente reflejó el liderazgo de figuras comprometidas con la causa liberal y el respaldo de importantes sectores del Cibao.

III.- La Constitución de Moca: un proyecto liberal

La Revolución del Cibao culminó con la proclamación de la Constitución de Moca el 19 de febrero de 1858, uno de los textos más progresistas de la historia constitucional dominicana. Esta constitución estableció una serie de derechos fundamentales que incluían:

  • La libertad de expresión
  • El libre tránsito
  • La libertad de reunión pacífica
  • La abolición de la pena de muerte por motivos políticos
  • La no reelección presidencial consecutiva
  • La elección directa y secreta de los representantes del pueblo

Además, reafirmó el principio de que el gobierno debía ser civil, popular, representativo y electivo, y subordinó las Fuerzas Armadas al poder civil, eliminando su influencia deliberativa. También restableció el Poder Municipal, avanzando hacia una descentralización del poder que fortalecía la democracia local.

Estas reformas demostraban una clara intención de construir un régimen político basado en la libertad, la participación ciudadana y el respeto a los derechos humanos, en abierta oposición al modelo caudillista imperante[5].

IV.- La frustración del proyecto y la lección histórica

Pese al éxito inicial, la revolución fue eventualmente frustrada por el regreso al poder del general Pedro Santana en 1858, quien desconoció la Constitución de Moca y reinstauró la autoritaria Constitución de 1854. Esto supuso un retroceso institucional y la anulación de los logros obtenidos por el movimiento liberal del Cibao.

Esta reversión autoritaria evidencia la fragilidad institucional de la joven república y la dificultad de sostener un proyecto democrático sin una cultura política sólida que respalde sus principios. Sin embargo, el legado del movimiento de 1857-1858 no fue en vano: sembró las bases del pensamiento liberal dominicano y dejó una huella imborrable en la lucha por los derechos civiles y la democracia.

V.- Conclusión

La Revolución de 1857 y la Constitución de Moca representan un momento clave en la historia política dominicana, en el que se intentó fundar un modelo de gobierno justo, participativo y respetuoso de las libertades fundamentales. Aunque ese esfuerzo fue truncado por el retorno del autoritarismo, su ejemplo sigue siendo una fuente de inspiración para las generaciones futuras.

Las lecciones que ofrece este episodio son claras: la concentración de poder, la represión de las libertades y la exclusión política generan inestabilidad y resistencia. Por ello, es imprescindible defender con firmeza el Estado de derecho, garantizar elecciones libres y fortalecer las instituciones democráticas. Solo así se podrá evitar que la historia vuelva a repetir los errores del pasado y asegurar un futuro de libertad y justicia para todos los dominicanos.


[1] El historiador Roberto Cassá, en el marco de las ideologías políticas que han gravitado en nuestro país a lo largo de nuestra historia, publicó un interesante trabajo titulado El Estado dominicano en manos del grupo conservador, en el que expone, en suma, cómo el Estado dominicano fue moldeado por el grupo conservador tras la independencia, bajo el liderazgo autoritario de Santana, combinando intentos de institucionalización con prácticas dictatoriales, en un contexto de tensiones entre anexionismo y nacionalismo, conservadurismo y liberalismo moderado. Ver en línea: El-Estado-dominicano-en-manos-del-grupo-conservador-por-Roberto-Cassa.pdf

[2] MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, pp. 316-317.

[3] JORGE PRATS, en su libro titulado Derecho constitucional, vol. I, 5ta. edición, p. 77, sostiene que el carácter marcadamente presidencialista y autoritario del Estado forzó al constitucionalismo a luchar por la limitación del poder del Estado por excelencia: el Poder Ejecutivo. Concentrándose dicha lucha en restringir los poderes del ejecutivo al tiempo de reforzar las prerrogativas y la independencia de los demás poderes del Estado, siendo la Constitución de Moca, de 1858, un hito en dicho proceso histórico de la limitación del poder, iniciado en 1844; señalando el referido autor que un momento culminante de dicho proceso fue la reforma constitucional del 1994, que previó la prohibición de la reelección presidencial y la inamovilidad de los jueces, que son dos anhelos históricos del constitucionalismo liberal dominicano.

[4] Sobre la ruina de comerciantes y agricultores cibaeños durante el gobierno de Báez, MOYA PONS, en su libro previamente citado, titulado Manual de historia dominicana, página 316, sostiene lo siguiente: “Con esta ruinosa operación -refiriéndose al fraude monetario de mayo del 1857- consiguió Báez cuatro cosas: primero, dar un golpe mortal a los propietarios cibaeños, que nunca le habían sido afectados desde que en 1849, él había introducido en el Congreso un proyecto de monopolio del tabaco para administrarlo él a través de unos socios franceses que él propuso al gobierno para el otorgamiento de un empréstito; segundo, proporcionar a sus allegados políticos la amanera de improvisar un pequeño capital a poca costa; tercero, reunir en oro la suma de cincuenta mil pesos que se hizo dar en compensación de los perjuicios inferidos a sus propiedades; y cuarto, tener en las cajas nacionales fondos bastantes para hacer frente a la revolución que veía ya venirle encima. Y, efectivamente, tal como se ha expuesto más arriba, en la noche del 7 de julio de 1857 se produjo el Gobierno Provisional en Santiago.

[5] En el periódico Diario Libre, del 07 de julio del 201, se publicó, suscrito por dicho medio, que -en apretada síntesis- La Constitución de Moca (1858) fue la más democrática del siglo XIX en la República Dominicana y un referente del pensamiento liberal de la época. Abolió la pena de muerte por razones políticas, instauró el sufragio directo, consagró derechos y libertades ciudadanas, limitó el poder presidencial y separó el poder civil del militar. Fijó la capital en Santiago y reorganizó el país en tres departamentos con administración descentralizada. También eliminó privilegios feudales de la Iglesia y la aristocracia. Aunque duró poco, su influencia marcó un hito en la historia constitucional dominicana.

Entre balas y esperanzas: la Revolución de Abril y la lucha por el futuro dominicano

Por.: Yoaldo Hernández Perera

Caamaño, a partir de la Revolución de Abril, puede decirse que, más que un simple líder militar, fue un símbolo de resistencia y esperanza, porque su figura trascendió las trincheras de la guerra y se convirtió en un referente del ideal democrático y la lucha por la justicia social. Y es que, pasando balance a la historia contemporánea, si no hubiera sido por su valentía y determinación en esos días convulsos de 1965, no hubiera sido posible entender la complejidad política y social que definió el rumbo de la República Dominicana en las décadas posteriores. Sería como intentar construir un puente sobre un río sin tener en cuenta las corrientes que lo atraviesan, ya que, al igual que Caamaño, la Revolución de Abril es un hito que no solo marcó un momento específico, sino que dejó una huella indeleble en la memoria colectiva del país.

En apretada síntesis, la emblemática Revolución de Abril de 1965 fue un conflicto armado que se desató en la República Dominicana tras un golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Juan Bosch en 1963. El levantamiento comenzó el 24 de abril de 1965, cuando un grupo de oficiales militares y civiles se alzaron en armas para restaurar el orden constitucional y devolver el poder a Bosch. Esta rebelión, conocida también como la Guerra Civil Dominicana, fue impulsada por un amplio sector de la población que temía la restauración del autoritarismo y la influencia de los sectores conservadores, incluidos los militares, en la política nacional.

El conflicto se complicó cuando Estados Unidos, bajo el pretexto de evitar una supuesta deriva comunista, intervino militarmente en el país el 28 de abril de 1965, enviando miles de marines para “proteger a sus ciudadanos” y estabilizar la situación. La intervención estadounidense transformó el conflicto en una lucha no solo entre los constitucionalistas y los golpistas, sino también en un enfrentamiento entre los rebeldes dominicanos y las fuerzas extranjeras, generando una serie de tensiones políticas y sociales.

A pesar de la intervención y la tregua que se acordó en mayo, los combates continuaron esporádicamente, y la resistencia de los constitucionalistas, liderada por figuras como Francisco Caamaño, se mantuvo hasta mediados de 1965. Finalmente, en septiembre de ese año, la intervención estadounidense llegó a su fin con la celebración de elecciones democráticas, que resultaron en la victoria de Joaquín Balaguer. La Revolución de Abril, aunque no logró restaurar el gobierno de Bosch, se consolidó como un símbolo de la lucha por la democracia y la soberanía nacional.

El historiador y catedrático universitario, Roberto Cassá, ha calificado la Revolución de Abril de 1965 como el hecho de mayor trascendencia de todos los tiempos en República Dominicana, entendiendo que ningún otro acontecimiento ocurrido en el país se asemeja al del levantamiento bélico de esa fecha. En sus palabras: “Esta revolución tuvo una originalidad extraordinaria nunca vista en ningún otro país del mundo, ya que el pueblo se entregó a la lucha con conciencia, firmeza y creatividad, influenciado por el liderazgo de Francisco Alberto Caamaño Deñó”. Y lo ha dicho resaltando también la idea de que, para esa época, los dominicanos fortalecieron su decisión de luchar por las libertades, luego de venir de un proceso dictatorial impuesto por Rafael Leónidas Trujillo[1].

Por otro lado, para el historiador Juan Daniel Balcácer, quien fuera presidente de la Academia Dominicana de la Historia, el descrito episodio bélico del país constituyó una especie de ajuste de cuentas entre las nuevas fuerzas políticas y la vieja escuela heredada del trujillismo. Según este estudioso de nuestra historia, la revolución, después de la intervención militar, se tornó en una guerra patria y, a partir de 1965, la sociedad dominicana entró en un acelerado proceso de apertura democrática y modernización, así como el surgimiento de nuevos actores políticos, a pesar de que no fue posible reinstalar a Juan Bosch en el poder y, en su lugar, los interventores lograron imponer un esquema político de centro derecha con Joaquín Balaguer a la cabeza.

A juicio de Balcácer, el hecho de que al movimiento que planteaba el retorno de Bosch y la Constitución del 1963 se sumaran dominicanos de diversas fuerzas políticas militares, y algunos sin militancia, es producto del choque de dos generaciones: la trujillista, que entró en proceso de extinción, y la que propugnaba por el desarrollo del sistema democrático[2].

Euclides Gutiérrez Félix explica que Caamaño fue incorporado al movimiento militar constitucionalista que organizó el coronel Rafael Fernández Domínguez, de amplia aceptación dentro de las fuerzas armadas (que propiciaba el retorno de Bosch a la presidencia de la República) a iniciativa del propio Fernández Domínguez, y las tareas que le fueron asignadas las cumplió con decisión, despertando en sus compañeros de armas respeto y solidaridad[3].

Caamaño, sin dudas, es la figura estelar de la Revolución de Abril, porque, a pesar de no ser el organizador original del movimiento constitucionalista, fue quien lo consolidó y le dio un rumbo claro en medio del caos. Su liderazgo emergió con fuerza cuando, tras la intervención estadounidense y el estancamiento de la lucha, él asumió la dirección de la resistencia, transformándose en el símbolo de la defensa de la soberanía nacional y los ideales democráticos. Caamaño (el de abril del 1965[4]) se destacó por su capacidad de mantener la cohesión entre los distintos sectores involucrados en la rebelión, desde los militares hasta los civiles, y por su firmeza ante la adversidad.

Lo que realmente distingue a Caamaño es su valentía, no solo en el campo de batalla, sino también en la forma en que personificó la esperanza de un pueblo que luchaba por recuperar su libertad. Consciente de los riesgos y de la complejidad del escenario, Caamaño asumió una postura decidida frente a los desafíos, enfrentando a la vez a los golpistas locales y a una poderosa intervención extranjera. Su capacidad de inspirar a sus seguidores, de hacer frente a los poderosos intereses internos y externos, y de mantener una postura ética frente a las dificultades, le otorgaron un lugar privilegiado en la historia nacional.

Es por eso que, aunque la Revolución de Abril no logró la restauración inmediata del gobierno constitucional de Bosch, la figura de Caamaño se erige como un emblema de la lucha por la justicia, la democracia y la autodeterminación del pueblo dominicano. Su nombre se entrelaza con la memoria histórica de esa gesta, recordado no solo como un líder militar, sino como un defensor inquebrantable de los principios republicanos, que, a pesar de la derrota, marcó un antes y un después en la política y la sociedad dominicana.

Si bien lo anterior es así, Caamaño es la incuestionable figura principal de la gesta de abril, de justicia es recordar y reconocer otros nombres de valiosos combatientes, igualmente merecedores de ser destacados en dicha revolución civil[5], tales como Rafael Tomás Fernández Domínguez, quien, tal como se ha expuesto más arriba, fue quien incorporó a Caamaño al movimiento constitucionalista, y fuera un líder militar de gran destreza y valentía, cuya determinación y liderazgo en la lucha por la restitución de la democracia lo convirtieron en uno de los más grandes mártires de la Revolución de Abril. Su nombre está grabado en la memoria colectiva como uno de los pilares fundamentales del referido movimiento constitucionalista.

Maximiliano Gómez, conocido como “El Moreno”, también dejó una huella imborrable en la lucha. Su participación activa y su valentía en el campo de batalla fueron esenciales, particularmente en los combates más intensos de la ciudad, donde su presencia se convirtió en un símbolo de la resistencia popular frente a la opresión.

Manuel Montes Arache, otro de los combatientes clave, fue un estratega brillante que jugó un rol fundamental en la organización de las fuerzas rebeldes, coordinando operaciones militares y actuando como un referente moral y político dentro de la lucha constitucionalista. Junto a él, figuras como Héctor Aristy, quien destacó por su arduo trabajo en la organización y movilización de tropas, también se hicieron notar como actores esenciales en la resistencia armada.

Carmen Josefina Lora Iglesias, conocida como Piky, rompió con los moldes tradicionales de la época al destacarse no solo como una combatiente decidida, sino también como una de las pocas mujeres que participaron activamente en la Revolución de Abril. Su valentía y compromiso con la causa la han convertido en un símbolo del coraje femenino en un contexto de lucha armada.

Además, no podemos dejar de lado a Senén Sosa, quien tuvo un papel relevante en las operaciones militares y en la coordinación de esfuerzos entre los distintos sectores sociales que apoyaban el movimiento. Su destreza y lealtad a la causa constitucionalista lo posicionaron como uno de los nombres más respetados dentro de la rebelión.

Estos nombres, junto al de Caamaño, forman una galería de héroes cuya valentía, sacrificio y firmeza en la defensa de la democracia y la soberanía nacional no pueden ser olvidados. La Revolución de Abril fue una lucha colectiva, y estos combatientes, junto a muchos otros, fueron los que, con sus acciones, le dieron vida y trascendencia a ese hito en la historia dominicana.


[1] Ver en línea: Roberto Cassá: La Revolución de Abril, mayor acontecimiento en la historia del país | DiarioHispaniola l Un digital a tu alcance

[2] Ver en línea: Revolución de Abril del 1965: especie de ajuste de cuentas

[3] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 215.

[4] Hay que saber que Caamaño tuvo varias etapas en nuestra historia (el político, el de Playa de Caracoles, etc.). Pero la que, sin dudas, lo catapultó como héroe nacional fue la de líder de la Revolución de Abril. Es a esa faceta histórica que se refiere este breve escrito.

[5] Ver, en línea, este trabajo publicado en Listín Diario sobre otras figuras relevantes de la Revolución de Abril de 1965: Personajes icónicos que nacieron en la Revolución de Abril de 1965

La victoria de Santiago: pilar fundamental de la Independencia dominicana

Por.: Yoaldo Hernández Perera

 La independencia de un país no es un hecho estático ni un logro definitivo, sino un proceso que exige no solo la conquista de la libertad, sino también la defensa constante de esa soberanía recién adquirida. En el caso de nuestra nación, no bastó con conquistar la independencia el 27 de febrero del 1844; fue necesario preservarla, y esta tarea se presentó ante nosotros con urgencia.

No habían pasado ni pocos días desde que celebrábamos la victoria del 19 de marzo en Azua, cuando nos vimos nuevamente enfrentados a la necesidad de proteger esa independencia, ahora en Santiago. La Batalla del 30 de Marzo[1], por tanto, no fue solo una continuación de nuestra lucha, sino una reafirmación del coraje y la determinación del pueblo que, aún frescos los ecos de la victoria anterior, volvió a alzar las armas con arrojo y valentía para defender lo que con tanto esfuerzo habíamos alcanzado.

La fragilidad de la libertad, nacida en el fragor de una batalla, se evidenció en ese corto espacio de tiempo. La independencia, si bien alcanzada, aún debía ser cimentada en los terrenos de la resistencia, de la lucha cotidiana contra aquellos que aún pretendían arrebatarla. Aquel 30 de marzo constituyó la reafirmación de que la independencia, aunque lograda en un momento de gloria, necesita ser defendida con arrojo, con sacrificio y, sobre todo, con un ardiente amor por la patria que no se amilana ante las adversidades, por grandes que sean.

Así, ese escaso lapso entre ambas victorias se convierte en un símbolo del carácter indomable de una nación que, más allá de haber alcanzado la libertad, comprendió que solo a través de la lucha constante y de la unidad de su pueblo se puede garantizar la perennidad de la patria.

El heroísmo de José María Imbert, la organización estratégica de la defensa en los fuertes “Dios”, “Patria” y “Libertad”, y el apoyo de valiosos patriotas como Achilles Michel y Fernando Valerio, dieron forma a una respuesta militar que, aún frente a una superioridad numérica enemiga, se tradujo en una derrota decisiva para las fuerzas haitianas. Este acto de resistencia, que forjó la identidad de una nación joven, mostró que la independencia alcanzada no era un bien a la deriva, sino un ideal que merecía ser defendido con la misma pasión y valentía con la que fue conquistado.

Sobre esta segunda batalla librada luego de la proclamación de nuestra independencia, a pocos días de la batalla del 19 de marzo, en Azua, Gutiérrez Félix afirma que once días después, en Santiago, se repetirá el episodio -refiriéndose a la Batalla del 19 de Marzo como primer episodio- en circunstancias diferentes, con la “Carga de los Andulleros” dirigida por Fernando Valerio[2]. A criterio de Franklin Franco Pichardo, la Batalla del 30 de Marzo constituyó una derrota aún peor para los haitianos[3]

Orlando Inoa, al narrar estos hechos, expresa que el ejército haitiano inició el ataque a las dos de la tarde del 30 de marzo. Después de tres horas de combate, el general haitiano Pierrot pidió una tregua para atender a los heridos, que aumentaron desproporcionadamente después de que Fernando Valerio dirigiera “la carga de los andulleros”, que no eran más que improvisados guerreros serranos que acudieron al escenario de batalla como refuerzos oportunos de un escuálido ejército dominicano que daba señales de inferioridad.

Pierrot, al otro día se retiró, según cuenta el referido historiador[4], de manera desorganizada, dejando abandonados en el campo de batalla 700 cadáveres que se sumarían a otros que quedaron en el camino hacia la frontera cuando fueron hostilizados por guerrillas dominicanas[5].

De su lado, en relación al comentado episodio bélico de nuestra historia, Moya Pons sostiene que el encuentro del 19 de marzo sirvió a las tropas dominicanas para detener momentáneamente a los haitianos y para luego retirarse y posicionarse estratégicamente en Baní y Sabana Buey. A juzgar por sus efectos, el retiro de las tropas de Azua fue una buena medida. Y sigue diciendo el indicado historiador que, en Santiago, entretanto, se esperaba la llegada de los haitianos de un momento a otro.

La noticia del avance haitiano la había dado un comerciante inglés que vivía en Santiago, pero que se encontraba en Cabo Haitiano cuando se movilizaban las tropas para la invasión. Ese comerciante se llamaba Teodoro Stanley Heneken y viajó a escondidas a Santiago y pudo dar la voz de alarma, después de correr grandes riesgos mientras se trasladaba de un país a otro. Por eso, los dominicanos tuvieron tiempo suficiente para prepararse contra la invasión que se avecinaba.

Continúa contando Moya Pons que las tropas invasoras llegaron finalmente el día 30 de marzo y se dispusieron inmediatamente a tomar la ciudad por asalto en un ataque en formación abierta y con el río Yaque a espaldas. Como la ciudad de Santiago quedaba en un promontorio de difícil acceso desde donde ser divisaban todas las operaciones de los haitianos, la lucha fue increíblemente fácil para los dominicanos, quienes desde varios fuertes y desde trincheras improvisadas utilizaron su artillería y su infantería contra los haitianos, produciendo una enorme matanza entre las tropas extranjeras. El combate duró toda la tarde del 30 de marzo, al cabo de la cual, los haitianos sufrieron unas 715 bajas y los dominicanos solamente una.

Sostiene el mismo autor que, al final de la jornada, el comandante haitiano, el general Pierrot, pidió una tregua para que les permitieran recoger del campo sus muertos y heridos, y tratar de llegar a un entendido con los jefes militares dominicanos. Una comisión de oficiales dominicanos fue ha conversar con el general Pierrot. Le mostraron una hoja impresa que daba la noticia de que, supuestamente, el presidente Hérard había muerto en Azua, lo cual no era cierto; pero, como él no lo sabía, decidió retirarse esa misma noche, encontrándose, al llegar a Cabo Haitiano, con que su presidente seguía vivo y en pie de guerra en Azua, y que él lo había abandonado y ahora parecía un traidor[6].

La situación en Haití estaba complicada, Hérard vio debilitado su liderazgo producto de la agitación que realizaban en Puerto Príncipe los antiguos amigos de Boyer, al cual terminó uniéndose Pierrot y, consciente de su pérdida de respaldo, terminó (Hérard) exiliándose, embarcando desde una playa cercana a Puerto Príncipe, siendo sustituido por el anciano general Guerrier, pero ese ya es un tema de otra mirada histórica.

Una lección histórica de la icónica Batalla del 30 de Marzo es que la unidad y la determinación de un pueblo son clave para lograr la independencia y la soberanía nacional, a pesar de los desafíos externos. Por eso, esta victoria no solo marcó un hito militar, sino que también reafirmó el compromiso de los dominicanos con su libertad, dejando un legado de valentía y resistencia que sigue inspirando a las generaciones actuales.

Los jóvenes, principalmente, que están incursionando en política, así como los que sirven a la patria desde las fuerzas castrenses, deben recordar que la verdadera fortaleza de una nación radica en el compromiso con su gente y en la defensa de sus valores fundamentales, más allá de intereses personales o de poder.


[1] Ver en línea: Batalla del 30 de marzo – Enciclopedia Dominicana SOS, una reseña de interés, puntual, pero sustanciosa, sobre esta icónica victoria en pro de nuestra anhelada independencia.

[2] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76.

[3] Cfr FRANCO PICHARDO, Franklin. Historia del pueblo dominicano, 8va. Edición, p. 203.

[4] También Euclides Gutiérrez Félix, en su libro intitulado Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76. enfatiza esa desorganizada retirada diciendo: “En Azua, la decisión de los dominicanos y el valor y energía de sus jefes, en ese asalto inesperado, desconcertó a las tropas haitianas. Al filo del machete se retiraron en desorden del campo de batalla, dejando cientos de muertos y heridos” (subrayado nuestro).

[5] Cfr INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 108.

[6] Cfr MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, pp. 277-278.