La victoria de Santiago: pilar fundamental de la Independencia dominicana

Por.: Yoaldo Hernández Perera

 La independencia de un país no es un hecho estático ni un logro definitivo, sino un proceso que exige no solo la conquista de la libertad, sino también la defensa constante de esa soberanía recién adquirida. En el caso de nuestra nación, no bastó con conquistar la independencia el 27 de febrero del 1844; fue necesario preservarla, y esta tarea se presentó ante nosotros con urgencia.

No habían pasado ni pocos días desde que celebrábamos la victoria del 19 de marzo en Azua, cuando nos vimos nuevamente enfrentados a la necesidad de proteger esa independencia, ahora en Santiago. La Batalla del 30 de Marzo[1], por tanto, no fue solo una continuación de nuestra lucha, sino una reafirmación del coraje y la determinación del pueblo que, aún frescos los ecos de la victoria anterior, volvió a alzar las armas con arrojo y valentía para defender lo que con tanto esfuerzo habíamos alcanzado.

La fragilidad de la libertad, nacida en el fragor de una batalla, se evidenció en ese corto espacio de tiempo. La independencia, si bien alcanzada, aún debía ser cimentada en los terrenos de la resistencia, de la lucha cotidiana contra aquellos que aún pretendían arrebatarla. Aquel 30 de marzo constituyó la reafirmación de que la independencia, aunque lograda en un momento de gloria, necesita ser defendida con arrojo, con sacrificio y, sobre todo, con un ardiente amor por la patria que no se amilana ante las adversidades, por grandes que sean.

Así, ese escaso lapso entre ambas victorias se convierte en un símbolo del carácter indomable de una nación que, más allá de haber alcanzado la libertad, comprendió que solo a través de la lucha constante y de la unidad de su pueblo se puede garantizar la perennidad de la patria.

El heroísmo de José María Imbert, la organización estratégica de la defensa en los fuertes “Dios”, “Patria” y “Libertad”, y el apoyo de valiosos patriotas como Achilles Michel y Fernando Valerio, dieron forma a una respuesta militar que, aún frente a una superioridad numérica enemiga, se tradujo en una derrota decisiva para las fuerzas haitianas. Este acto de resistencia, que forjó la identidad de una nación joven, mostró que la independencia alcanzada no era un bien a la deriva, sino un ideal que merecía ser defendido con la misma pasión y valentía con la que fue conquistado.

Sobre esta segunda batalla librada luego de la proclamación de nuestra independencia, a pocos días de la batalla del 19 de marzo, en Azua, Gutiérrez Félix afirma que once días después, en Santiago, se repetirá el episodio -refiriéndose a la Batalla del 19 de Marzo como primer episodio- en circunstancias diferentes, con la “Carga de los Andulleros” dirigida por Fernando Valerio[2]. A criterio de Franklin Franco Pichardo, la Batalla del 30 de Marzo constituyó una derrota aún peor para los haitianos[3]

Orlando Inoa, al narrar estos hechos, expresa que el ejército haitiano inició el ataque a las dos de la tarde del 30 de marzo. Después de tres horas de combate, el general haitiano Pierrot pidió una tregua para atender a los heridos, que aumentaron desproporcionadamente después de que Fernando Valerio dirigiera “la carga de los andulleros”, que no eran más que improvisados guerreros serranos que acudieron al escenario de batalla como refuerzos oportunos de un escuálido ejército dominicano que daba señales de inferioridad.

Pierrot, al otro día se retiró, según cuenta el referido historiador[4], de manera desorganizada, dejando abandonados en el campo de batalla 700 cadáveres que se sumarían a otros que quedaron en el camino hacia la frontera cuando fueron hostilizados por guerrillas dominicanas[5].

De su lado, en relación al comentado episodio bélico de nuestra historia, Moya Pons sostiene que el encuentro del 19 de marzo sirvió a las tropas dominicanas para detener momentáneamente a los haitianos y para luego retirarse y posicionarse estratégicamente en Baní y Sabana Buey. A juzgar por sus efectos, el retiro de las tropas de Azua fue una buena medida. Y sigue diciendo el indicado historiador que, en Santiago, entretanto, se esperaba la llegada de los haitianos de un momento a otro.

La noticia del avance haitiano la había dado un comerciante inglés que vivía en Santiago, pero que se encontraba en Cabo Haitiano cuando se movilizaban las tropas para la invasión. Ese comerciante se llamaba Teodoro Stanley Heneken y viajó a escondidas a Santiago y pudo dar la voz de alarma, después de correr grandes riesgos mientras se trasladaba de un país a otro. Por eso, los dominicanos tuvieron tiempo suficiente para prepararse contra la invasión que se avecinaba.

Continúa contando Moya Pons que las tropas invasoras llegaron finalmente el día 30 de marzo y se dispusieron inmediatamente a tomar la ciudad por asalto en un ataque en formación abierta y con el río Yaque a espaldas. Como la ciudad de Santiago quedaba en un promontorio de difícil acceso desde donde ser divisaban todas las operaciones de los haitianos, la lucha fue increíblemente fácil para los dominicanos, quienes desde varios fuertes y desde trincheras improvisadas utilizaron su artillería y su infantería contra los haitianos, produciendo una enorme matanza entre las tropas extranjeras. El combate duró toda la tarde del 30 de marzo, al cabo de la cual, los haitianos sufrieron unas 715 bajas y los dominicanos solamente una.

Sostiene el mismo autor que, al final de la jornada, el comandante haitiano, el general Pierrot, pidió una tregua para que les permitieran recoger del campo sus muertos y heridos, y tratar de llegar a un entendido con los jefes militares dominicanos. Una comisión de oficiales dominicanos fue ha conversar con el general Pierrot. Le mostraron una hoja impresa que daba la noticia de que, supuestamente, el presidente Hérard había muerto en Azua, lo cual no era cierto; pero, como él no lo sabía, decidió retirarse esa misma noche, encontrándose, al llegar a Cabo Haitiano, con que su presidente seguía vivo y en pie de guerra en Azua, y que él lo había abandonado y ahora parecía un traidor[6].

La situación en Haití estaba complicada, Hérard vio debilitado su liderazgo producto de la agitación que realizaban en Puerto Príncipe los antiguos amigos de Boyer, al cual terminó uniéndose Pierrot y, consciente de su pérdida de respaldo, terminó (Hérard) exiliándose, embarcando desde una playa cercana a Puerto Príncipe, siendo sustituido por el anciano general Guerrier, pero ese ya es un tema de otra mirada histórica.

Una lección histórica de la icónica Batalla del 30 de Marzo es que la unidad y la determinación de un pueblo son clave para lograr la independencia y la soberanía nacional, a pesar de los desafíos externos. Por eso, esta victoria no solo marcó un hito militar, sino que también reafirmó el compromiso de los dominicanos con su libertad, dejando un legado de valentía y resistencia que sigue inspirando a las generaciones actuales.

Los jóvenes, principalmente, que están incursionando en política, así como los que sirven a la patria desde las fuerzas castrenses, deben recordar que la verdadera fortaleza de una nación radica en el compromiso con su gente y en la defensa de sus valores fundamentales, más allá de intereses personales o de poder.


[1] Ver en línea: Batalla del 30 de marzo – Enciclopedia Dominicana SOS, una reseña de interés, puntual, pero sustanciosa, sobre esta icónica victoria en pro de nuestra anhelada independencia.

[2] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76.

[3] Cfr FRANCO PICHARDO, Franklin. Historia del pueblo dominicano, 8va. Edición, p. 203.

[4] También Euclides Gutiérrez Félix, en su libro intitulado Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76. enfatiza esa desorganizada retirada diciendo: “En Azua, la decisión de los dominicanos y el valor y energía de sus jefes, en ese asalto inesperado, desconcertó a las tropas haitianas. Al filo del machete se retiraron en desorden del campo de batalla, dejando cientos de muertos y heridos” (subrayado nuestro).

[5] Cfr INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 108.

[6] Cfr MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, pp. 277-278.

De la tradición a la oficiosidad: alcance de las atribuciones judiciales en materia de inadmisibilidades

Por.: Yoaldo Hernández Perera

La jurisprudencia, como fuente viva del derecho, evoluciona continuamente a partir de las prácticas ante los tribunales, siempre orientada hacia lo que se considera justo y útil[1]. Tradicionalmente se ha sostenido que, en el ámbito civil, los medios de inadmisión, con excepción de la falta de interés o cualquier cuestión de orden público, deben ser considerados como de interés privado y, por ende, no corresponde a los jueces suplirlos de oficio.

Sin embargo, en su momento, siguiendo un criterio de la Suprema Corte de Justicia, que estableció que el principio Non Bis In Ídem también es aplicable en el ámbito civil, y en virtud de lo dispuesto en el artículo 69.10 de la Constitución, que consagra el derecho al debido proceso en todas las materias, no solo en el ámbito penal[2], algunos tribunales comenzaron a declarar de oficio la inadmisibilidad por cosa juzgada, considerando que evitar el juzgamiento doble sobre lo mismo es una garantía inherente al debido proceso, el cual, por ser de orden público, debe ser protegido por los tribunales, de oficio, si nadie reclamare dicha tutela[3].  

La Corte de Casación francesa, segunda sala civil, en esa misma dirección, ha decidido, mediante sentencia número 33 del 14 de enero de 2021 (19-17.758), que la cosa juzgada puede (y debe) ser suplida de oficio por los tribunales del orden judicial.  

Asimismo, se ha venido ampliando la declaración de inadmisibilidad por prescripción, tomando como base los criterios del Tribunal Constitucional, que ha afirmado que toda norma relacionada con el cumplimiento de plazos tiene carácter de orden público. Además, la misma Suprema Corte, que había mantenido por años la postura de no oficiosidad en materia de inadmisiones (salvo la falta de interés) ha resuelto que todos los medios de inadmisión deben ser revisados por los tribunales antes de abordar el fondo del asunto, incluso si las partes no los invocan expresamente. En consecuencia, el panorama actual, a diferencia de épocas anteriores, refleja un enfoque de oficio por parte de los tribunales en lo concerniente a los medios de inadmisión.

En efecto, el Tribunal Constitucional, recientemente, en el presente año 2025 ha establecido que las normas relativas al vencimiento de plazos son de oren público, como se ha dicho más arriba, por lo que su cumplimiento es preceptivo y previo al análisis de cualquier otra inadmisibilidad[4]. Contrariamente a esta postura, la Suprema Corte de Justicia había sostenido que no pueden ser suplidos de oficio los medios de inadmisión derivados de la falta de calidad, de la prescripción, de la demanda nueva en apelación o la falta de conexidad suficiente entre una demanda incidental y una demanda principal, entre otros[5]. Reduciendo la oficiosidad a los asuntos de orden público, esto así, en los siguientes términos: según el artículo 47 de la Ley 834 de 1978, los medios de inadmisión deben ser suplidos de oficio cuando tengan un carácter de orden público[6].

COUTURE, al respecto, ha sostenido -en palabras llanas- que el juez no está yendo más allá de lo pedido ni sustituyendo a las partes cuando inadmite una demanda “defectuosa”; simplemente, está aplicando la ley. No puede ignorar requisitos esenciales ni corregir de oficio las carencias de los litigantes, porque no le corresponde conceder derechos o facultades que la ley no les reconoce[7]. Con lo cual, según este autor, es incorrecto no reconocer la oficiosidad judicial en el ámbito de los medios de inadmisión, porque el juez, como se ha visto, no crea ni concede presupuestos procesales, sino que los verifica según lo que establece la ley. Al suplir de oficio un medio de inadmisión, no hace otra cosa que aplicar la norma al caso concreto.

En definitiva, a partir del criterio del Tribunal Constitucional expuesto previamente, parece evidente que la tendencia hacia la oficiosidad en materia de inadmisibilidad se ha consolidado, dado que los precedentes dictados por este órgano tienen carácter vinculante, conforme a lo establecido por el artículo 184 de la Constitución y el artículo 7.13 de la Ley núm. 137-11, Orgánica del Tribunal Constitucional y los Procedimientos Constitucionales. Aparentemente, la Suprema Corte de Justicia ha seguido esta orientación, reflejando una continuidad en la aplicación de los principios derivados del precedente constitucional en torno a la temática abordada. Ahora bien, queda por ver si, en el ámbito casacional, la falta de alineación de los tribunales inferiores con esta línea será considerada por la Suprema Corte de Justicia como un interés casacional que justifique la casación, conforme al artículo 10.3.a de la Ley núm. 2-23, de Recurso de Casación. Además, será interesante observar si el propio Tribunal Constitucional, a la luz del artículo 47 de la Ley 834, podría reconocer méritos en un recurso de revisión constitucional contra una sentencia de la Suprema Corte de Justicia que revalorice el carácter de interés privado de los medios de inadmisión, salvo en los casos de falta de interés y los asuntos de orden público, conforme a su interpretación tradicional. Quedamos atentos.


[1] El artículo 40.15 de la Constitución sostiene que la norma solamente ha de prever lo que sea justo y útil (razonabilidad), lo que impacta, obviamente, a la norma procesal.

[2] Sentencia SCJ, 1ra. Sala, del 4 de junio del 2014, B.J. núm. 1243.

[3] “Ha sido tendencia, tanto en derecho comparado como en el derecho doméstico, considerar, en el marco de la seguridad jurídica, la cosa juzgada como un asunto de orden público y, como tal, pudiera ser suplido, incluso, aun de oficio por los tribunales del orden judicial si ninguna de las partes lo solicitare” (Sentencia núm. 0031-TST-2021-S-00029 dictada, el 09 de junio de 2021, por el Tribunal Superior de Tierras del Departamento Central).

[4] TC/0007/25.

[5] Sentencia SCJ, 1ra. Sala, núm. 246, del 27 de octubre de 2021, B.J. núm. 1331, pp. 2301-2312.

[6] Sentencia SCJ, 1ra. Sala, núm. 98, del 30 de junio de 2021, B.J. núm. 1327, pp. 960-978.

[7] Cfr COUTURE, Eduardo J. Fundamentos del derecho procesal civil, 4ta. edición, p. 91.

El primer presidente de la República Dominicana: ¿Pedro Santana o Francisco del Rosario Sánchez?

Por: Yoaldo Hernández Perera

En la historia de la República Dominicana, el debate sobre quién fue el primer presidente tiene sus matices debido a la confusión sobre los roles y la naturaleza de los cargos en los primeros momentos de la independencia del país.

Pedro Santana es generalmente considerado el primer presidente de la República Dominicana, ya que asumió formalmente la presidencia en 1844, tras la proclamación de la independencia en febrero de ese mismo año. Santana fue elegido presidente en una convención nacional que lo nombró para ese puesto, y es conocido por haber liderado el país en los primeros años de la República.

Por otro lado, Francisco del Rosario Sánchez fue uno de los líderes más importantes en la lucha por la independencia y, aunque presidió la Junta Gubernativa Provisional en 1844 antes de la elección formal de Santana, su rol fue más bien provisional y no el de un presidente electo de manera formal y establecida como Santana. Sánchez asumió la presidencia de la Junta Gubernamental cuando se proclamó la independencia el 27 de febrero de 1844, pero su mandato fue breve, ya que fue sucedido por Santana poco después.

En palabras del historiador Jaime de Jesús Domínguez, para gobernar la naciente República Dominicana, el día 28 se creó la Junta Gubernativa Provisional, con Sánchez presidiéndola, y el 1ro. De marzo fue sustituida por el organismo llamado Junta Central Gubernativa, integrado por diez miembros, con Tomás Bobadilla como presidente[1]. De su lado, otro estudioso de nuestra historia, Orlando Inoa, explica que luego del trabucazo de Mella los dominicanos que propugnaban la separación de Haití se trasladaron a la Puerta del Conde y allí proclamaron nuestra independencia; pero Francisco del Rosario Sánchez llegó al baluarte en la madrugada del 28 de febrero, precisando dicho historiador que Sánchez no había acudido a tiempo para la convocatoria porque algunos haitianos merodeaban alrededor de su escondite, pero que, una vez llegó, pasó de inmediato a presidir la Junta Gubernativa Provisional que se había formado horas después de la proclama, con la tarea de dirigir el levantamiento.

El mencionado historiador relata que, temerosos de una nueva invasión haitiana, los dominicanos, liderados por el sacerdote Tomás de Portes y Tomás Bobadilla (presidente de la Junta Central Gubernativa), intentaron gestionar protección de Francia. Sin embargo, los febreristas[2] se opusieron al protectorado, convencidos de que podían lograr la libertad sin ataduras extranjeras. Esto desencadenó el golpe de Estado del 9 de junio de 1844, con Francisco del Rosario Sánchez al frente. No obstante, su mandato fue breve, ya que el poder estaba dividido entre Santana, quien controlaba el sur, y Duarte, presidente del Cibao. Al enterarse del golpe, Santana marchó a la capital el 12 de julio y, sin resistencia, restableció la antigua junta, proclamándose presidente[3]. Durante su primer gobierno (1844-1848), Santana adoptó una postura dictatorial que mantuvo durante toda su carrera política[4].

En definitiva, Pedro Santana es reconocido como el primer presidente oficial de la República Dominicana. Aunque Francisco del Rosario Sánchez desempeñó la presidencia de la Junta Gubernamental Provisional, no fue un presidente formalmente electo en el mismo sentido que Santana. Así, la respuesta a la interrogante planteada en este escrito es clara: Pedro Santana fue el primer presidente constitucional de la República Dominicana.


[1] DE JESÚS DOMÍNGUEZ, Jaime. Historia dominicana, p. 103.

[2] Facción que aglutinaba a los que creían que era posible ser libres sin ataduras de ningún país. Era un grupo de líderes y patriotas dominicanos que, tras la proclamación de la independencia en 1844, se oponían a la idea de un protectorado francés y a las medidas que consideraban como una posible subordinación a un poder extranjero. Su nombre proviene de la Revolución de Febrero de 1844, en la cual buscaron un modelo republicano independiente y libre de influencias externas, especialmente tras los temores de una invasión haitiana. contaba con el liderazgo de figuras clave como Francisco del Rosario Sánchez, quien fue presidente de la Junta Central Gubernativa en 1844. Los febreristas eran, en su mayoría, patriotas que luchaban por mantener la independencia de la nueva República Dominicana sin caer bajo la tutela de naciones extranjeras como Francia. El conflicto entre los febreristas y otras facciones, como los santanistas (seguidores de Pedro Santana), se dio debido a las diferencias sobre cómo debía garantizarse la independencia del país, lo que llevó a varias tensiones políticas y enfrentamientos internos en los primeros años de la república.

[3] Cfr INOA. Orlando. Breve historia dominicana, pp. 106-110.

[4] La figura controvertida de Pedro Santana, marcada por luces y sombras, desempeñó un papel crucial en la defensa de nuestra independencia. Sin embargo, lamentablemente, sus acciones posteriores oscurecieron su legado y empañaron su lugar en la historia.

Azua 1844: la forja de la Independencia dominicana en la Batalla del 19 de Marzo

Por.: Yoaldo Hernández Perera

 La Batalla del 19 de Marzo representa para los dominicanos un hito fundamental en la defensa de la independencia nacional, porque marcó el primer gran triunfo contra el ejército haitiano, que había invadido el país tras la proclamación de la independencia. Esta victoria no solo demostró la valentía y el sacrificio del pueblo dominicano, sino que también consolidó el deseo de libertad y autonomía frente a los intentos de subyugación extranjera. Hay que recordar que este conflicto fue parte de un proceso más amplio de afirmación de nuestra independencia, que comenzó con el trabucazo del 27 de febrero de 1844, y que reflejaba el profundo sentimiento nacionalista de los dominicanos. Por tanto, esta batalla se erige como un símbolo de unidad, resistencia y determinación para mantener la soberanía del país, a pesar de las adversidades.

Es por eso que, como buenos dominicanos, debemos honrar a aquellos que dieron su vida en esta batalla, recordando su valentía y sacrificio. Debemos seguir fortaleciendo ese espíritu patriótico que nos une como nación, ya que, en definitiva, la Batalla del 19 de Marzo nos enseña que la libertad y la independencia no se logran sin esfuerzo, pero también que la unidad del pueblo dominicano es la clave para enfrentar cualquier desafío que se nos presente. Moya Pons narra que el día 18 de marzo apareció frente a la ciudad de Azua el ejército haitiano comandado personalmente por el presidente Hérard.

Allí tomó posiciones en las orillas del río Jura, donde estableció su campamento, y al otro día, el 19, lanzó sus tropas de vanguardia organizadas en plan de ataque, divididas en dos columnas de infantería acompañadas de caballería. Los dominicanos los recibieron a cañonazos mientras su infantería disparaba a fuego cerrado. Después de una refriega que duró un par de horas, los haitianos se replegaron a su campamento y recogieron sus heridos y muertos. No hubo, según externa el citado historiador, otro encuentro entre ambos grupos durante ese día[1].

Gutiérrez Félix, de su lado, sobre el comentado episodio bélico, ha expuesto que Charles Hérard, presidente de Haití, invadió con un gran ejército, dividido en dos cuerpos, la parte oriental para someter a los patriotas que habían proclamado la Independencia. Sostiene dicho autor que el 18 de marzo estaban en las afueras de Azua, donde encontraron la vanguardia del ejército que se había formado bajo la jefatura de Pedro Santana. Esa vanguardia estaba comandada por Antonio Duvergé, quien tenía como subalternos a Vicente Noble, Manuel Mora y Matías Vargas, quienes se habían enfrentado al ejército invasor.

Sigue sosteniendo Gutiérrez Félix que los combates comenzaron en las primeras horas de la mañana del 19. Los haitianos fueron sorprendidos por dos cañones instalados por Francisco Soñé en unos pequeños cerros a la entrada del sur. Sus disparos causaron severas bajas a los atacantes. Pero a la caída de la tarde la lucha era encarnizada debido a la superioridad del enemigo en hombres y armamentos. Entonces Duvergé, como jefe de vanguardia, ordenó un ataque en masa con el machete. Por segunda vez en la historia militar del pueblo dominicano, se utilizó ese instrumento de trabajo como arma de combate. Ya se había usado en la batalla de Palo Hincado, en 1808. En Azua, la decisión de los dominicanos y el valor y energía de sus jefes, en ese asalto inesperado, desconcertó a las tropas haitianas. Al filo del machete se retiraron en desorden del campo de batalla, dejando cientos de muertos y heridos[2].

Bajo la tinta de Orlando Inoa, se narra que el 18 de marzo Hérard, quien a su vez era el comandante de las tropas invasoras, estaba frente a Azua, donde instaló un campamento a orillas del río Jura. Había llegado sin gran dificultad, a pesar de los esfuerzos de detenerlo de Fuente del Rodeo (el verdadero bautismo de sangre de la república) y Cabezas de las Marías. Según este autor, en sintonía con los anteriores historiadores, la milicia dominicana que salió del encuentro de los haitianos estaba formada en su mayor parte por un contingente de campesinos del este del país sin entrenamiento militar que, siguiendo a Pedro Santana, llegó a Santo Domingo a principios de marzo, portando lanzas y machetes[3].

Sobre los episodios históricos narrados precedentemente, forjados a base de sangre y arrojo de grandes dominicanos, diría un poeta que la Batalla del 19 de Marzo no solo fue un enfrentamiento de armas, sino una victoria del alma dominicana, que se alzó en unidad y coraje frente a la adversidad.

En sus versos, evocaría el eco de los machetes que cortaron el miedo y la incertidumbre, y el rugir de los cañones que dejaron claro que la libertad no se regala, sino que se conquista con sangre y fuego. “El pueblo unido jamás será vencido”, cantarían las estrellas, como testigos de un amanecer de independencia que no fue solo el triunfo de un ejército, sino el triunfo del espíritu indomable de una nación que, a pesar de los desafíos, sigue firme en su propósito de ser libre.

Así, un poeta (o alguien con alma de tal) nos recordaría que la memoria de aquellos héroes no debe desvanecerse en el tiempo, sino que debe vivir en cada uno de nosotros, como un faro de esperanza y fortaleza. Porque, en lenguaje de elevación espiritual, “la libertad no se olvida, se defiende y se celebra, siempre en unidad”.

Venga, pues, un sentido canto de reconocimiento a los héroes del imborrable 19 de marzo de 1844, quienes, con su valentía y sacrificio, cimentaron el camino hacia la libertad de nuestra nación. Destacándose, aunque luego vinieran sombras que matizaran su nombre histórico, el General Pedro Santana: comandante de las tropas dominicanas, que con astucia y firmeza condujo en ese momento a nuestros hombres a la victoria; junto a Antonio Duvergé, Juan Esteban Ceara, Lucas Díaz, Luis Álvarez, Vicente Noble, Manuel Mora, Matías Vargas y otros valientes soldados.

Estos nombres están escritos en nuestra historia no solo con tinta, sino con la sangre y el esfuerzo de aquellos que dieron todo por la libertad. Son los que nos enseñaron que la independencia se defiende con coraje, unidad y amor a la patria. Su impronta resuena en cada rincón de la República Dominicana, recordándonos que la libertad que hoy gozamos fue ganada con sacrificio y dignidad, y que nunca debemos olvidar el legado de aquellos que lucharon por ella, tanto para proclamarla como para mantenerla viva.

Por eso hoy, al conmemorarse otro año más de aquella icónica batalla, la historia se erige ante nosotros como una brújula que guía y un sol que brilla sin quemar. Es un llamado a las nuevas generaciones a emular las buenas acciones de nuestros héroes, a tomar en sus manos el legado de valentía y sacrificio que nos dejaron. Recordar esta lucha no solo es honrar el pasado, sino también sembrar en el presente la conciencia de que la defensa de nuestra dominicanidad es un compromiso continuo, un deber que debe perdurar a través de los tiempos.


[1] Cfr MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, 16 edición, p. 276.

[2] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, pp. 73-76.

[3] Cfr INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 106.