Por.: Yoaldo Hernández Perera
La independencia de un país no es un hecho estático ni un logro definitivo, sino un proceso que exige no solo la conquista de la libertad, sino también la defensa constante de esa soberanía recién adquirida. En el caso de nuestra nación, no bastó con conquistar la independencia el 27 de febrero del 1844; fue necesario preservarla, y esta tarea se presentó ante nosotros con urgencia.
No habían pasado ni pocos días desde que celebrábamos la victoria del 19 de marzo en Azua, cuando nos vimos nuevamente enfrentados a la necesidad de proteger esa independencia, ahora en Santiago. La Batalla del 30 de Marzo[1], por tanto, no fue solo una continuación de nuestra lucha, sino una reafirmación del coraje y la determinación del pueblo que, aún frescos los ecos de la victoria anterior, volvió a alzar las armas con arrojo y valentía para defender lo que con tanto esfuerzo habíamos alcanzado.
La fragilidad de la libertad, nacida en el fragor de una batalla, se evidenció en ese corto espacio de tiempo. La independencia, si bien alcanzada, aún debía ser cimentada en los terrenos de la resistencia, de la lucha cotidiana contra aquellos que aún pretendían arrebatarla. Aquel 30 de marzo constituyó la reafirmación de que la independencia, aunque lograda en un momento de gloria, necesita ser defendida con arrojo, con sacrificio y, sobre todo, con un ardiente amor por la patria que no se amilana ante las adversidades, por grandes que sean.
Así, ese escaso lapso entre ambas victorias se convierte en un símbolo del carácter indomable de una nación que, más allá de haber alcanzado la libertad, comprendió que solo a través de la lucha constante y de la unidad de su pueblo se puede garantizar la perennidad de la patria.
El heroísmo de José María Imbert, la organización estratégica de la defensa en los fuertes “Dios”, “Patria” y “Libertad”, y el apoyo de valiosos patriotas como Achilles Michel y Fernando Valerio, dieron forma a una respuesta militar que, aún frente a una superioridad numérica enemiga, se tradujo en una derrota decisiva para las fuerzas haitianas. Este acto de resistencia, que forjó la identidad de una nación joven, mostró que la independencia alcanzada no era un bien a la deriva, sino un ideal que merecía ser defendido con la misma pasión y valentía con la que fue conquistado.
Sobre esta segunda batalla librada luego de la proclamación de nuestra independencia, a pocos días de la batalla del 19 de marzo, en Azua, Gutiérrez Félix afirma que once días después, en Santiago, se repetirá el episodio -refiriéndose a la Batalla del 19 de Marzo como primer episodio- en circunstancias diferentes, con la “Carga de los Andulleros” dirigida por Fernando Valerio[2]. A criterio de Franklin Franco Pichardo, la Batalla del 30 de Marzo constituyó una derrota aún peor para los haitianos[3].
Orlando Inoa, al narrar estos hechos, expresa que el ejército haitiano inició el ataque a las dos de la tarde del 30 de marzo. Después de tres horas de combate, el general haitiano Pierrot pidió una tregua para atender a los heridos, que aumentaron desproporcionadamente después de que Fernando Valerio dirigiera “la carga de los andulleros”, que no eran más que improvisados guerreros serranos que acudieron al escenario de batalla como refuerzos oportunos de un escuálido ejército dominicano que daba señales de inferioridad.
Pierrot, al otro día se retiró, según cuenta el referido historiador[4], de manera desorganizada, dejando abandonados en el campo de batalla 700 cadáveres que se sumarían a otros que quedaron en el camino hacia la frontera cuando fueron hostilizados por guerrillas dominicanas[5].
De su lado, en relación al comentado episodio bélico de nuestra historia, Moya Pons sostiene que el encuentro del 19 de marzo sirvió a las tropas dominicanas para detener momentáneamente a los haitianos y para luego retirarse y posicionarse estratégicamente en Baní y Sabana Buey. A juzgar por sus efectos, el retiro de las tropas de Azua fue una buena medida. Y sigue diciendo el indicado historiador que, en Santiago, entretanto, se esperaba la llegada de los haitianos de un momento a otro.
La noticia del avance haitiano la había dado un comerciante inglés que vivía en Santiago, pero que se encontraba en Cabo Haitiano cuando se movilizaban las tropas para la invasión. Ese comerciante se llamaba Teodoro Stanley Heneken y viajó a escondidas a Santiago y pudo dar la voz de alarma, después de correr grandes riesgos mientras se trasladaba de un país a otro. Por eso, los dominicanos tuvieron tiempo suficiente para prepararse contra la invasión que se avecinaba.
Continúa contando Moya Pons que las tropas invasoras llegaron finalmente el día 30 de marzo y se dispusieron inmediatamente a tomar la ciudad por asalto en un ataque en formación abierta y con el río Yaque a espaldas. Como la ciudad de Santiago quedaba en un promontorio de difícil acceso desde donde ser divisaban todas las operaciones de los haitianos, la lucha fue increíblemente fácil para los dominicanos, quienes desde varios fuertes y desde trincheras improvisadas utilizaron su artillería y su infantería contra los haitianos, produciendo una enorme matanza entre las tropas extranjeras. El combate duró toda la tarde del 30 de marzo, al cabo de la cual, los haitianos sufrieron unas 715 bajas y los dominicanos solamente una.
Sostiene el mismo autor que, al final de la jornada, el comandante haitiano, el general Pierrot, pidió una tregua para que les permitieran recoger del campo sus muertos y heridos, y tratar de llegar a un entendido con los jefes militares dominicanos. Una comisión de oficiales dominicanos fue ha conversar con el general Pierrot. Le mostraron una hoja impresa que daba la noticia de que, supuestamente, el presidente Hérard había muerto en Azua, lo cual no era cierto; pero, como él no lo sabía, decidió retirarse esa misma noche, encontrándose, al llegar a Cabo Haitiano, con que su presidente seguía vivo y en pie de guerra en Azua, y que él lo había abandonado y ahora parecía un traidor[6].
La situación en Haití estaba complicada, Hérard vio debilitado su liderazgo producto de la agitación que realizaban en Puerto Príncipe los antiguos amigos de Boyer, al cual terminó uniéndose Pierrot y, consciente de su pérdida de respaldo, terminó (Hérard) exiliándose, embarcando desde una playa cercana a Puerto Príncipe, siendo sustituido por el anciano general Guerrier, pero ese ya es un tema de otra mirada histórica.
Una lección histórica de la icónica Batalla del 30 de Marzo es que la unidad y la determinación de un pueblo son clave para lograr la independencia y la soberanía nacional, a pesar de los desafíos externos. Por eso, esta victoria no solo marcó un hito militar, sino que también reafirmó el compromiso de los dominicanos con su libertad, dejando un legado de valentía y resistencia que sigue inspirando a las generaciones actuales.
Los jóvenes, principalmente, que están incursionando en política, así como los que sirven a la patria desde las fuerzas castrenses, deben recordar que la verdadera fortaleza de una nación radica en el compromiso con su gente y en la defensa de sus valores fundamentales, más allá de intereses personales o de poder.
[1] Ver en línea: Batalla del 30 de marzo – Enciclopedia Dominicana SOS, una reseña de interés, puntual, pero sustanciosa, sobre esta icónica victoria en pro de nuestra anhelada independencia.
[2] Cfr GUTIÉRREZ FÉLIX, Euclides. Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76.
[3] Cfr FRANCO PICHARDO, Franklin. Historia del pueblo dominicano, 8va. Edición, p. 203.
[4] También Euclides Gutiérrez Félix, en su libro intitulado Héroes y próceres dominicanos y americanos, 6ta. edición, p. 76. enfatiza esa desorganizada retirada diciendo: “En Azua, la decisión de los dominicanos y el valor y energía de sus jefes, en ese asalto inesperado, desconcertó a las tropas haitianas. Al filo del machete se retiraron en desorden del campo de batalla, dejando cientos de muertos y heridos” (subrayado nuestro).
[5] Cfr INOA, Orlando. Breve historia dominicana, p. 108.
[6] Cfr MOYA PONS, Frank. Manual de historia dominicana, edición 16, pp. 277-278.